El anarquismo es un movimiento -es decir, una multiplicidad de tendencias- cuyo fin general es fundar una sociedad sin explotados ni oprimidos, aboliendo toda forma de gobierno y de propiedad de los medios de producción, eliminando las clases sociales y sus privilegios, las desigualdades raciales, sexuales, económicas, políticas y sociales. Este esbozo descriptivo comprende a la mayoría de las tendencias que se denominan anarquistas: individualistas, organizacionistas, comunistas, colectivistas, plataformistas, anarcosindicalistas, etc. No obstante este carácter movimientista inherente al anarquismo, algunas tendencias tienen una visión no tan inclusiva, sino que apuntan a la conformación de una organización anarquista de tipo partidaria: un partido anarquista.
Estas propuestas toman generalmente como punto de partida a la Plataforma Organizativa que allá por los años ’20 pergeñaran en el exilio Makhno, Archinov y otros destacados militantes anarquistas rusos, que habían logrado salir de la Rusia bolchevique. Este documento proponía la reorganización del anarquismo en Rusia incorporando –sin reconocerlo- elementos de neto corte leninista, con la intención de superar los errores que habían llevado a la derrota anarquista frente a la preponderancia bolchevique durante la Revolución Rusa. Dentro de esta línea plataformista se destacan el Workers Solidarity Movement de Irlanda y la NEFAC norteamericana, siendo algunos de sus referentes más conocidos en América Latina la Alianza de los Comunistas Libertarios de México, la Organización Comunista Libertaria de Chile, la Federación Anarquista Gaucha brasileña y la OSL argentina. Pero también han habido en los ‘60 y ‘70 otras tendencias que sin reconocerse abiertamente plataformistas, han esbozado un sendero paralelo influenciados por la revolución cubana. El principal referente de esta línea ha sido la Federación Anarquista Uruguaya, organización paradigmática y fuente de inspiración de organizaciones anarco-marxistas y anarquistas de estilo partidario, como fue el caso en Argentina de Resistencia Libertaria, así como de varias organizaciones plataformistas.
En la mayoría de estas tendencias y organizaciones existen ciertos presupuestos compartidos, patrones comunes y elementos afines, que permiten englobarlas como una única corriente. Su elemento más destacado es la concepción de que la revolución anarquista debe ser propulsada por organizaciones de tipo partidario. Esta concepción ha sido justificada desde diversos ángulos y con argumentaciones diferentes, no siempre congruentes entre sí. De todos modos, los puntos en común prevalecen por sobre las diferencias, que parecen más bien matices de un mismo color.
Provisoriamente digamos que, entendemos por partido político a un grupo de personas conformando una organización política adscripta a una ideología y con un programa de acción, cuya finalidad es la toma del poder político, es una organización independiente del Estado y tiene como pretensión ser representante de la voluntad general y los intereses de la mayoría. El partido político se nos presenta como un vehículo de transformación social, como un medio para alcanzar un fin (el gobierno). La concepción del partido anarquista se ajusta a los parámetros generales de los partidos políticos en lo teórico, salvo en lo que respecta a la toma del poder político; el medio de transformación social es la organización partidaria, que establecería la dirección revolucionaria. Frente a esta concepción representativa, directiva, externa y mediadora del plataformismo y el anarco-partidismo, se erige la mayor parte del movimiento anarquista en todas sus otras vertientes. A continuación, examinaremos algunos de los presupuestos básicos y argumentos que estas tendencias utilizan para justificar la necesidad organizarse bajo la forma de partido.
¿Qué es un partido político?
Los partidos políticos surgieron como agrupaciones o clubes de individuos colaboradores que apoyaban la candidatura parlamentaria de un político. Desde sus orígenes, a principios del siglo XIX, los partidos políticos se vincularon a la idea de gobierno (acceso al poder) y a la idea de elecciones representativas. Eran facciones o grupos políticos organizados en torno a un candidato, pero con el tiempo fueron adquiriendo un carácter mucho menos provisorio o circunstancial, convirtiéndose en organizaciones más formales, estratificadas y burocratizadas, ya no organizándose en torno a un individuo sino más bien a un programa o a una ideología. En un sentido más moderno -según sostiene el estudioso Francisco de Andrea Sánchez- un partido político presenta ciertas características que lo diferencian de otro tipo de agrupamientos políticos: “a) una organización permanente, completa e independiente, b) una voluntad para ejercer el poder, y c) una búsqueda del apoyo popular para poder conservarlo”. Este autor sostiene que, al igual que dentro de la categoría medios de transporte se incluye a diversas clases de vehículos, se podría decir que “todo partido político es un grupo político, pero no todo grupo político es un partido político.” Un grupo político puede ser una ONG, una agrupación sindical, una agrupación universitaria, un club, etc., no necesariamente un partido político.
Esta distinción es esencial cuando se trata de abordar el por qué del rechazo de los anarquistas a la conformación de un partido. Todas las definiciones de partido político llevan como ingrediente ineludible la voluntad de acceder a un gobierno. Veamos las siguientes definiciones:
1- “un partido político es un grupo de seres humanos que tiene una organización estable con el objetivo de conseguir o mantener para sus líderes al control de un gobierno y con el objeto ulterior de dar a los miembros del partido, por medio de tal control, beneficios
y ventajas ideales y materiales” (Friedrich, Carl. J. Teoría y realidad de la organización constitucional democrática, México, FCE: 297).
2- “la forma de socialización que, descansando en un reclutamiento libre, tiene como fin, proporcionar poder a su dirigente dentro de una asociación y otorgar por ese medio a sus miembros activos determinadas probabilidades ideales o materiales” (Weber, Max. Economía y sociedad, México, FCE, 1969: 228).
3- “Un partido es un grupo, cuyos miembros se proponen actuar en concierto en la competencia por el poder político” (E. Schumpeter, citado en de Andrea Sánchez. Los partidos políticos: 61).
Estas son solo algunas de las definiciones que la teoría sociológica moderna admite para la categoría de partido político. Entonces, un partido es una organización estructurada para dirigir, administrar, representar, gobernar, es una entidad esencialmente mediadora (promueve la acción indirecta). Atendiendo a lo anterior, la forma partido resulta contradictoria con algunas de las finalidades básicas del anarquismo: acabar con todo tipo de poder político, eliminar al Estado y toda forma de gobierno. Esta es la principal objeción que se puede hacer a la idea de partido anarquista.
La falacia del partido bakuninista
Pero esta incongruencia entre medios y fines suele ser sorteada por los anarco-partidistas objetando que cuando hablan de partido se refieren al sentido que le dio Bakunin, como es el caso de la ACL mexicana. En un documento denominado El Anarquismo Revolucionario y los Partidos Políticos sostienen que Mikhail Bakunin “comprendía a la perfección la necesidad histórica de un partido revolucionario, formado únicamente por los elementos más entregados y abnegados a la causa revolucionaria. Bakunin no solo comprendía la necesidad de una organización de tales características, sino que además la construyó en el año de 1868 bajo el nombre de Alianza de la Democracia Socialista”.
En primer lugar, es absolutamente falso que Bakunin “comprendiera a la perfección la necesidad histórica de un partido revolucionario”, más aún cuando lo que se señala como un partido político de su creación, no lo era en el sentido moderno. La Alianza era una agrupación política de vanguardia nacida para la acción y la lucha y como lo dice el propio Bakunin: “el único objetivo de la sociedad secreta tiene que ser no la constitución de una fuerza artificial fuera del pueblo, sino el despertar y organizar las fuerzas populares espontáneas”. El papel de la vanguardia no es dirigir o conducir a las masas hacia la revolución sino influir en las clases populares para auto-organizarse y emanciparse a sí misma, desde dentro de las masas y no externamente, estimulando la acción directa espontánea. Bakunin se refiere en realidad a pequeños grupos independientes e interconectados entre sí, que responden a un mismo ideal revolucionario. Lo que se proponía la Alianza era influenciar a las masas, no dirigirlas desde una posición de poder. A Bakunin le interesaba mucho menos aún la continuidad de tal organización después de producida la revolución, lo cual concuerda con su visión insurreccionalista y espontánea de la revolución social. La permanencia en el tiempo o la participación reformista estaban excluidas de las actividades de la Alianza.
Tomando algunas de sus frases aisladas, podría interpretarse que existen puntos de contacto entre el vanguardismo de Bakunin y la “dirección revolucionaria” de Lenin. Y esto es posible porque la obra de Bakunin es asistemática, dispersa, fragmentaria, discontinua y muchas veces confusa (lo que se trasluce en expresiones como “la Alianza, tiene por misión el dar a estas masas una dirección realmente revolucionaria”)[1]. En cambio, la obra de Lenin es considerablemente más compacta y estructurada y ofrece menos lugar a dudas. El británico Christopher Hill –el más brillante historiador marxista de su generación- describe sucintamente la idea de partido que defendía Lenin en el célebre ¿Qué Hacer? de 1902: “sólo un partido político de la clase obrera podría ser instrumento de la revolución. (…) no podía haber movimiento revolucionario sin una rigurosa orientación teórica. Pero la conciencia de clase no podía brotar espontáneamente en la clase obrera; debía ser introducida desde fuera por un partido político que constituyese la vanguardia y guía consciente de esa clase”. Por eso, cuando la ACL sostiene la “necesidad histórica” de un partido revolucionario, más que seguir a Bakunin, se encolumna claramente dentro del pensamiento leninista. Por otra parte, la ACL declara que renuncia a autodenominarse partido solo por cuestiones tácticas, “puesto que hoy en día se entiende por partido la noción burguesa de: elecciones, parlamento, poder político, y toda una serie de conceptos que van en contra de la emancipación popular.” Lo que en realidad no puede significar otra cosa que decir: “somos un partido, pero no lo reconocemos públicamente para evitar objeciones”.
Para la ACL los partidos políticos autoritarios son los burgueses y los leninistas, considerados verticales y centralistas, en oposición un supuesto partido anarquista que, de todos modos, no dejaría de lado la división entre dirigidos y dirigentes, emancipados y emancipadores, inconscientes y conscientes; en esto se resume esta supuesta “tendencia bakuninista”. Como bien sostiene al respecto el consejista Roi Ferreiro: cuando la ACL afirma que su pretensión es «insertar nuestro programa socialista libertario en [los movimientos populares] y conducir las luchas populares por un sendero anti-capitalista», lo está diciendo todo. Quien no sepa ver aquí a un «partido revolucionario» más, sin ninguna diferencia esencial con todos los demás que así se proclaman, es que está ciego.
Lo paradójico del caso, es que la ACL pretenda diferenciarse del leninismo, atribuyendo al propio Bakunin la paternidad del pensamiento leninista: “la concepción de una Organización de los elementos de vanguardia, no es, como muchos piensan, expuesta por vez primera por Lenin. Con décadas de antelación Bakunin entendió que las organizaciones de defensa y resistencia del Frente de Masas (por ejemplo los sindicatos o las asociaciones obreras internacionales) no eran suficientes para emprender una lucha revolucionaria, sino que hacían falta, además, los núcleos de los revolucionarios mas conscientes que les disputaran la dirección de los movimientos populares a las tendencias reformistas y a las abiertamente burguesas” (subrayado nuestro). Aquí se revela en toda su esencia un partido político que compite por el poder con otras fuerzas de similares características. De más está decir que nunca fue este el pensamiento de Bakunin.
Si bien la ACL sostiene que su principal diferencia con el pensamiento leninista consiste en que la organización anarquista no pretende tomar el poder, debemos tener presente que si bien los fines son opuestos, los medios para conseguirlos son similares. Y esto debería prender una luz de alerta en todos aquellos que con buenas intenciones adhieren a este tipo de propuestas, porque el salto que va de la dirección de los movimientos populares a la dirección político-económica de la sociedad por una organización anarquista, puede ser en realidad tan solo un paso.
La artimaña del “partido de Malatesta”
Evidentemente el contenido contradictorio del término partido anarquista tampoco se escapa a otras agrupaciones que tienden a justificar su utilización. Por ejemplo, en Hijos del Pueblo, Nº 7 (Buenos Aires, junio de 2007) se afirma que en los años ’70 la Liga Anarco Comunista y Resistencia Libertaria “levantaban como estrategia, la necesidad de la construcción de una Organización Específica Anarquista, siendo la primera una tendencia o línea, un grupo más que participaría del proceso de la construcción de dicha organización, que era caracterizada como un partido. Esto se hacía retomando los planteos de Bakunin y de Malatesta, quien se refería a la necesidad de formar un partido anarquista, entendiendo por tal la organización de los anarquistas”.
En primer lugar se hace necesario aclarar que Resistencia Libertaria, según quienes la integraron, era un partido de cuadros en la acepción moderna del término, inspirada en los partidos de la izquierda revolucionaria de los ’70. Por eso es incorrecto acudir a Malatesta –mucho más a Bakunin- para justificar la “necesidad de formar un partido anarquista”. El término partido tal como lo usaba Malatesta no tenía el sentido de la forma histórica “partido político”, sino que era utilizado como sinónimo de organización, agrupación, grupo político o facción. Un partido en su acepción moderna es un tipo, una clase de organización bien definida.
La propia FAU –que propicia una versión de anarco-partidismo de cuño propio- en su página Web aclara que el sentido que le dio Malatesta al término partido es “el conjunto de todos aquellos que combaten por un objetivo político-social dado, con los mismos criterios y acuerdos, independientemente de las formas específicas de organización, y también de su existencia o no”. Cuando Malatesta hablaba de partido no hablaba de otra cosa que de organización, frente a las posturas individualistas de su época. No se refería a un partido político de ninguna especie, sino que se refería a “conjunto de individuos que tienen un objetivo común y se esfuerzan por alcanzar ese objetivo”. Porque lo que se discutía en esos años era si se debía actuar en organizaciones o actuar individualmente; no se planteaban cuestiones como partido sí o partido no.
Por ejemplo, veamos la forma de organización que Malatesta concibe: “Deseamos que los grupos anarquistas se multipliquen y se ensanchen. Hágase una federación, háganse dos, háganse cien: lo importante es que cada uno halle el ambiente que le conviene, que cada uno pueda trabajar según sus ideas y su temperamento, y halle en la asociación no un límite a su libertad, sino el modo de hacer más eficaz su actuación, más verdadera su libertad… Libertad del individuo en el grupo y del grupo en la federación”. Esta acepción abierta del término partido en Malatesta no se corresponde en absoluto con la acepción restringida de partido político, sino que es aplicable a diversos tipos de organizaciones y asociaciones.
Además, Malatesta condenó explícitamente el tipo de organización partidaria de corte leninista –como lo hizo con el plataformismo-, y advertía que si la revolución era obra de la organización anarquista y no de los trabajadores por sí mismos “entonces ya no habría triunfo del anarquismo sino un triunfo nuestro. Por mucho que nos llamáramos anarquistas, en realidad no seríamos más que simples gobernantes y seríamos impotentes para el bien como lo son todos los gobernantes” (V. Richards: 128). Entonces, utilizar la expresión partido anarquista en el sentido malatestiano es un anacronismo perfectamente reemplazable por los actuales términos de organización o colectivo anarquista; es atribuir a la expresión un significado diferente al que le daba su autor. Este disparate no encuentra mayores justificativos cuando Vernon Richards y Ángel Cappelletti, los más sobresalientes comentaristas de Malatesta, nunca interpretaron el enunciado partido anarquista como la propuesta de conformar un partido político como forma organizativa de los anarquistas.
Entonces, ¿cuál es el sentido de insistir en la utilización del término partido anarquista, para luego tener que aclarar que en realidad se hace referencia a una agrupación política completamente diferente a lo que se entiende usualmente por un “partido político”? Quizás la respuesta sea que lo que en verdad se está buscando es la naturalización del término partido entre los anarquistas, como un primer paso hacia la conformación de partidos políticos anarquistas propiamente dichos.
Lenin y la concepción bolchevique de Partido
Hemos dicho que la concepción de partido de vanguardia que asumen algunos grupos anarquistas se encolumna claramente en una concepción leninista, en lugar de hacerlo sobre el pensamiento de Bakunin o el de Malatesta. Veamos cuáles son los elementos principales de la concepción leninista de partido, que luego de la revolución rusa de Octubre adoptarán los bolcheviques como doctrina oficial.
El primer punto a destacar es que Lenin creía que la conciencia revolucionaria debía ser introducida al proletariado desde fuera, externamente. El proletariado por sus propios medios solo llevaba adelante la lucha económica, que se empantanaba en la lucha sindicalista, de finalidad reformista. Sin un partido revolucionario que la dirigiese, la lucha de clases no se desarrollaría plenamente y quedaría en una fase embrionaria. Esta concepción de exterioridad del partido con respecto al proletariado, que inculca la conciencia revolucionaria verdadera (marxista, según sostienen) a una masa incapaz de generar su propia autoconciencia revolucionaria y sus propias ideas, se complementa con el papel dirigente del partido como vanguardia revolucionaria del proletariado.
Estas ideas fueron nítidamente expresadas en 1902 en el capítulo II del folleto ¿Qué Hacer? en referencia a las formidables huelgas de la década anterior en Rusia:
“Hemos dicho que los obreros no podían tener conciencia socialdemócrata. Esta sólo podía ser traída desde fuera. La historia de todos los países demuestra que la clase obrera está en condiciones de elaborar exclusivamente con sus propias fuerzas sólo una conciencia tradeunionista, es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar al gobierno la promulgación de tales o cuales leyes necesarias para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por intelectuales, por hombres instruidos de las clases poseedoras. Por su posición social, los propios fundadores del socialismo científico moderno, Marx y Engels, pertenecían la intelectualidad burguesa. De igual modo, la doctrina teórica de la socialdemocracia ha surgido en Rusia independiente por completo del crecimiento espontáneo del movimiento obrero, ha surgido como resultado natural e ineludible del desarrollo del pensamiento entre los intelectuales revolucionarios socialistas.”
“La teoría de Marx puso en claro la verdadera tarea de un partido socialista revolucionario: (…) organizar la lucha de clase del proletariado y dirigir esta lucha, que tiene por objetivo final la conquista del Poder político por el proletariado y la organización de la sociedad socialista” (Nuestro programa, Pág. 127).
Según Lenin, entonces, no es posible la autoemancipación de la clase obrera, porque no puede tener conciencia revolucionaria si no se le inserta desde afuera. ¿Y quienes son aquellos que sí tienen conciencia socialista?: los intelectuales revolucionarios socialistas, es decir, una vanguardia esclarecida que guiará al triunfo a la clase obrera. Esta vanguardia se organiza en un partido revolucionario encargado de dirigir la lucha obrera contra el capitalismo. El partido revolucionario se convierte en históricamente necesario, en el eslabón ineludible entre la clase obrera y la obtención del socialismo.
Otro punto destacable de la teoría leninista es el papel orientador de la teoría revolucionaria. Sin una teoría rigurosa no hay revolución posible. Y son precisamente elementos de origen burgués quienes proporcionarán sus capacidades intelectuales para forjar esa teoría.
“No puede haber un fuerte partido socialista sin una teoría revolucionaria que agrupe a todos los socialistas, de la que éstos extraigan todas sus convicciones y la apliquen en sus procedimientos de lucha y métodos de acción. Defender esta teoría que según su más profundo convencimiento es la verdadera, contra los ataques infundados y contra los intentos de alterarla, no significa, en modo alguno, ser enemigo de toda crítica” (ibidem, Pág. 128).
Aunque Lenin no lo exprese como una condición necesaria, de facto, son los intelectuales de los estratos burgueses quienes ocupan las tareas de dirección del partido revolucionario, que a su vez dirige la lucha del proletariado. En otras palabras, el partido es la vanguardia de la revolución social y los intelectuales son la vanguardia del partido.
También Lenin se encargó de detallar la forma organizativa del partido comunista. Sostenía que los fines del partido sólo podrían ser alcanzados a través de una forma de organización disciplinada denominada centralismo democrático. El partido era concebido como un ejército disciplinado de revolucionarios, los elementos más concientes del proletariado, aptos para desenvolverse en cualquier tipo de situaciones: la vanguardia revolucionaria.
El centralismo democrático combina el centralismo de un aparato militarizado con el funcionamiento democrático, exaltando la disciplina conciente y la renuncia voluntaria a la libertad con el fin de alcanzar unidad de acción y una máxima eficacia en el accionar del partido. En teoría las discusiones circularían de abajo hacia arriba y viceversa en la estructura vertical del partido, garantizando que las decisiones que implemente la dirección hayan sido discutidas por toda la organización. El marco general de estas discusiones sería el de una organización de autoridades electivas y revocables, con estricta disciplina de partido, libertad de crítica interna, responsabilidad individual del integrante, trabajo colectivo, soberanía de la mayoría sobre la minoría, subordinación a las decisiones de la dirección, las cuales son vinculantes para los organismos inferiores.
Como dijimos, así sería el funcionamiento del centralismo democrático en lo teórico, aunque es preciso subrayar que históricamente nunca hubo alguna organización leninista que llegar a funcionar dentro este planteo, sino que siempre lo han hecho exacerbando el centralismo jerárquico, el rol esclarecido de la dirigencia, anulando la disidencia interna, priorizando el “aspecto militar” de la organización, la disciplina rígida y anulando la iniciativa individual de los militantes. El centralismo democrático es una ficción histórica y un eufemismo que enmascara el burocratismo concreto de los partidos leninistas.
Otro aspecto destacable de la doctrina leninista consiste precisamente en su repugnancia a toda forma de espontaneísmo popular o a la pérdida del control de la lucha obrera por parte del partido:
“nuestra «táctica-plan» consiste en rechazar el llamamiento inmediato al asalto, en exigir que se organice «debidamente el asedio de la fortaleza enemiga» o, dicho en otros términos, en exigir que todos los esfuerzos se dirijan a reunir, organizar y movilizar un ejército regular” (Qué hacer, capítulo V).
Como se puede apreciar, Lenin siempre resalta los aspectos militares, táctico-estratégicos, logísticos, las relaciones de fuerzas, los planes de asalto, es decir, lo que en la jerga político-militar se denomina la Técnica del Golpe de Estado, que fue eficientemente empleada por Trotsky en octubre de 1917 y brillantemente explicada por Curzio Malaparte. Cabe resaltar que la mención al ejército regular que hace Lenin se refiere a las fuerzas armadas del Estado burgués, cuando no es posible que el propio partido conforme un ejército revolucionario.
Quien más teorizó y promovió este aspecto militarista del marxismo-leninismo fue Mao Tse-tung, quien dedicó interminables páginas a exponer los fundamentos y las “leyes” de la Guerra Popular y Prolongada en un tedioso manual militar llamado Problemas Estratégicos de la Guerra Revolucionaria de China, en 1936. Todo el corpus teórico leninista referente a las tácticas y estrategias de la guerra revolucionaria, si bien ha quedado completamente desactualizado por razones históricas, continúa siendo fuente de referencia principal y de estudio en los partidos leninistas. Todo un ejemplo de dogmatismo a-histórico y cientificista, de parte de quienes se consideran poseedores exclusivos de métodos infalibles para lograr revoluciones y conocedores del devenir materialista-dialéctico de la Historia humana.
Toda la terminología militar que emplea Lenin no está divorciada de su concepción de cómo funciona la política, ni de sus ideas sobre la importancia de la disciplina dentro del partido. En el fondo, la concepción leninista no difiere de la que popularizara von Clausewitz: la guerra es la continuación de la política por otros medios. Para Lenin:
La dictadura del proletariado es la guerra más abnegada y más implacable de la nueva clase contra un enemigo más poderoso, contra la burguesía, cuya resistencia se halla decuplicada por su derrocamiento (…) la victoria sobre la burguesía es imposible sin una lucha prolongada, tenaz, desesperada, a muerte, una lucha que exige serenidad, disciplina, firmeza, inflexibilidad y una voluntad única. (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 6-7).
Frente a la reprobación que alguna vez se le hiciera sobre la utilización de estos modismos castrenses, en particular de la palabra agente, Lenin se jactaba de ello con sorna:
“Me gusta esta palabra, porque indica de un modo claro y tajante la causa común a la que todos los agentes subordinan sus pensamientos y sus actos, y si hubiese que sustituir esta palabra por otra, yo sólo elegiría el término «colaborados», si éste no tuviese cierto deje de literaturismo y de vaguedad. Porque lo que necesitamos es una organización militar de agentes” (¿Qué Hacer?, Cáp. V).
Y esa visión marcial de la política, lejos de presentar escrúpulos en su accionar utiliza cualquier medio a su alcance para conseguir su objetivo, es decir la toma del poder del Estado y la instauración de la dictadura del proletariado. En su concepción, los medios se subordinan a los fines, máxima de la que Lenin fue un maestro dando lecciones de oportunismo y arribismo sin igual. Una de sus anécdotas más conocidas es que se valió del agente alemán, teórico socialista y financista judío Helphand-Parvus –al que despreciaba profundamente- para obtener medios económicos y materiales para ingresar clandestinamente a Rusia, como es sabido, con dinero proporcionado por los imperialistas alemanes, quienes sabían que un triunfo bolchevique sacaría a Rusia de la guerra y frenaría la contingencia de una revolución protagonizada por los consejos obreros auténticamente radicalizada.
La disciplina partidaria –al igual que en un ejército- era una de las piedras angulares del proyecto revolucionario leninista. Sin una centralización severa y una disciplina férrea, no sería posible una revolución. Resulta difícil conjugar la obediencia ciega que Lenin y sus seguidores exigían a sus subordinados con la democracia interna, la libertad de crítica y el espíritu autocrítico que recomendaban implementar dentro del partido. Esta disciplina partidaria no se limitaba a la autodisciplina consciente y a la exacerbación de las responsabilidades del militante. Luego de la revolución, Lenin se preguntaba cómo había que hacer para mantener la disciplina del partido revolucionario, cómo se controlaba y cómo se reforzaba. La respuesta era previsible: por la conciencia, la firmeza y el espíritu de sacrificio de la vanguardia proletaria y “por lo acertado de la dirección política que lleva a cabo esta vanguardia; por lo acertado de su estrategia y de su táctica políticas, a condición de que las masas más extensas se convenzan de ello por experiencia propia. Sin estas condiciones, no es posible la disciplina en un partido revolucionario, verdaderamente apto para ser el partido de la clase avanzada, llamada a derrocar a la burguesía y a transformar toda la sociedad” (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 8).
El unitarismo partidista es otro aspecto no menos destacable de la teoría leninista. Para Lenin un único partido revolucionario es el encargado de llevar adelante la dirección revolucionaria, porque cada partido representa un interés de clase diferente. Como es lógico deducir, si dos partidos socialistas representan a la clase obrera, al menos uno de los dos declama una representación falsa y no responde a los intereses de clase de los obreros. En la visión de Lenin el periódico tendrá un papel central y unificador, señalando la línea correcta al resto del partido y unificando criterios hacia adentro y hacia fuera de la organización:
“…el contenido fundamental de las actividades de la organización de nuestro partido, el centro de gravedad de estas actividades debe consistir (…) en una labor de agitación política unificada en toda Rusia que arroje luz sobre todos los aspectos de la vida y que dirija a las más grandes masas. Y esta labor es inconcebible en la Rusia actual sin un periódico central para toda Rusia que aparezca muy a menudo. La organización que se forme por sí misma en torno a este periódico, la organización de sus colaboradores (en la acepción más amplia del término, es decir, de todos los que trabajan en torno a él) estará precisamente dispuesta a todo, desde salvar el honor, el prestigio y la continuidad del partido en los momentos de mayor «depresión» revolucionaria, hasta preparar la insurrección armada de todo el pueblo, fijar fecha para su comienzo y llevarla a la práctica” (ibidem).
Por supuesto que semejante unidad de criterios, unidad teórico-ideológica y de acción solo puede ser alcanzada con el más estricto grado de disciplina militante y de obediencia a la línea que preconiza el Comité Central.
Desde el unitarismo partidista de los bolcheviques, los anarquistas y social-revolucionarios rusos eran percibidos como una aberración pequeño-burguesa, mientras que se percibían a sí mismos como el partido de la vanguardia proletaria. A pesar de que las condiciones históricas de Rusia fueran únicas, algo que no puede dejar de reconocer en muchos escritos, sin ningún desparpajo sostenía Lenin que “la experiencia ha demostrado que en algunas cuestiones esenciales de la revolución proletaria todos los países pasarán inevitablemente por lo mismo que ha pasado Rusia” (La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, Pág. 15). Teniendo en cuenta el destino final del castillo de naipes comunista que Lenin inaugurara y la pléyade de partidos únicos marxistas-leninistas (trotskistas, estalinistas, maoístas, guevaristas, etc.) que presumen de ser la verdadera vanguardia proletaria, no podemos menos que asombrarnos frente al patético grado de senilidad que evidencian las fórmulas leninistas.
Algunas críticas a la concepción leninista de Partido
Dejando de lado las críticas provenientes de elementos burgueses o autoritarios, las principales objeciones a las tesis de Lenin fueron formuladas desde el comunismo de consejos y desde el anarquismo. Si bien el comunismo de consejos se adscribía dentro de la corriente marxista, renegaba de la concepción vanguardista y autoritaria de Lenin como del colaboracionismo socialdemócrata de Bernstein. Quizás una de las peculiaridades que presentan las críticas al bolchevismo desde estos sectores comprometidos con una visión antiautoritaria de la revolución social, sea el carácter profético de muchas de sus proposiciones con respecto a la posterior evolución de la dictadura del proletariado, o mejor dicho, la dictadura del Partido Comunista soviético.
La pregunta que se hacían los comunistas de consejos alemanes y holandeses era: quién debe ejercer la dictadura, ¿el proletariado como clase o el Partido Comunista? Según su óptica había dos partidos comunistas: el partido de los jefes (organiza y dirige la lucha desde arriba, participando del poder) y el partido de las masas (que lucha desde abajo rechazando el parlamentarismo y el colaboracionismo). Según uno de sus voceros, el alemán Karl Erler, «la clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin aniquilar la democracia burguesa, y no puede aniquilar la democracia burguesa sin destruir los partidos» (citado en, ibidem, pág. 15). Para Lenin esta posición era un claro ejemplo de “infantilismo de izquierda”. El líder bolchevique respondía a estas críticas con argumentos que aún hoy continúan pareciendo familiares:
“Negar la necesidad del partido y de la disciplina del partido, he aquí el resultado a que ha llegado la oposición. Y esto equivale a desarmar completamente al proletariado en provecho de la burguesía. Esto da por resultado los vicios pequeño burgueses: dispersión, inconstancia, falta de capacidad para el dominio de sí mismo, para la unión de los esfuerzos, para la acción organizada que producen inevitablemente, si se es indulgente con ellos, la ruina de todo movimiento revolucionario del proletariado” (ibidem, pag. 33).
Según creía Lenin las diferencias entre los comunistas de consejos alemanes y las proposiciones anarquistas eran casi inexistentes. Pero los anarquistas no merecían el honor de ser blanco de sus ataques debido a que su rechazo al marxismo y a la dictadura del proletariado demostraba su esencia ideológica pequeño burguesa. “La concepción del mundo de los anarquistas es la concepción burguesa vuelta del revés. Sus teorías individualistas y su idea individualista están en oposición directa con el socialismo” Lenin, Socialismo y anarquismo, 1905).
Uno de los teóricos más brillantes del consejismo, el holandés Antón Pannekoek, sostenía que
“El viejo movimiento obrero está organizado en partidos. La creencia en los partidos es la razón principal de la impotencia de la clase obrera; por lo tanto, nosotros evitamos la creación un nuevo partido. No porque seamos demasiado pocos —un partido de cualquier tipo comienza con pocas personas–, sino porque un partido es una organización que apunta a dirigir y controlar a la clase obrera. En oposición a esto, nosotros mantenemos que la clase obrera sólo puede alzarse a la victoria cuando afronta de modo independiente sus problemas y decide su propio destino. Los obreros no deben aceptar ciegamente las consignas de otros, ni de nuestros propios grupos, sino que deben pensar, actuar y decidir por sí mismos” (Partido y Clase, escrito en 1936, Edición Electrónica por CICA, 2005).
Después de ver la lucha de clases como una lucha de partidos –argumentaba Pannekoek- se hace difícil considerarla como una lucha de clases. Además, es una ficción la identidad entre un partido (personas que están de acuerdo en sus concepciones sobre los problemas sociales) y una clase (el papel de las personas en el proceso de producción) que proponen los bolcheviques, ya que las contradicciones no tienden a resolverse entre ellos, como lo muestra la realidad inexcusable de encontrar partidos obreros vacíos obreros y partidos burgueses integrados por obreros. Este problema es expuesto por Pannekoek mediante la sentencia: “la clase obrera no es débil porque esté dividida, sino que está dividida porque es débil”. Una de las causas de esta debilidad es el accionar de las organizaciones de tipo partidario sal interior de la clase obrera. Existe una contradicción en el término partido revolucionario, ya que por su forma, contenidos y objetivos estos partidos nunca pueden serlo. “Podemos decirlo de otra manera: en el término partido revolucionario, revolucionario siempre significa una revolución burguesa. Siempre que las masas derrocan un gobierno y entonces permiten a un nuevo partido tomar el poder, tenemos una revolución burguesa -la sustitución de una casta gobernante por una nueva casta gobernante.” El objetivo de los partidos es tomar el poder para ellos y declamar que la revolución consiste en ese acto, en lugar de ayudar a auto-emancipar a la clase proletaria. Con una magistral claridad describe Pannekoek a los partidos revolucionarios:
“deben ser estructuras rígidas con líneas de demarcación claras a través de fichas de afiliación, estatutos, disciplina de partido y procedimientos de admisión y expulsión. Pues ellos son instrumentos del poder –luchan por el poder, refrenan a sus miembros por la fuerza y buscan constantemente extender el alcance de su poder–. Su tarea no es desarrollar la iniciativa de los obreros; en lugar de eso, aspiran a entrenar a miembros leales e incondicionales de su fe. Mientras la clase obrera en su lucha por el poder y la victoria necesita de la libertad intelectual ilimitada, la dominación del partido tiene que suprimir todas las opiniones excepto la suya propia. En los partidos «democráticos», la supresión está velada; en los partidos dictatoriales es una supresión abierta y brutal” (ibidem).
Entonces, el partido es un obstáculo para la revolución porque no sirve como medio de propaganda y esclarecimiento, sino que por el contrario el gobierno es su función principal. Y toda autoproclamada vanguardia revolucionaria cuya intención sea dirigir y dominar a las masas a través del partido revolucionario es un elemento reaccionario.
Los partidos son formas burguesas de organización y –como sostiene Roi Ferreiro en Por qué necesitamos ser anti-partido– estos partidos no son otra cosa que el ala izquierda del reformismo de izquierda, la extrema izquierda del capital. Los partidos existen en lucha y oposición a otros partidos y justifican su existencia precisamente en ese punto; de este modo, pretenden convertirse en los sujetos ejecutivos de un poder de clase. Los partidos no surgen de la lucha de clases sino desde la creencia en una teoría acerca de la lucha de clases, desde un punto de vista exterior a la misma. Y agrega Ferreiro: “Al luchar por cambiar las relaciones de poder, el partido lucha implícitamente por ocupar un lugar en esas relaciones de poder cambiadas -incluso aunque, en teoría, se pueda plantear renunciar al poder-.” Y cierra con la fórmula de: a mayor poder del partido, menor poder real tiene la clase trabajadora.
Este último punto es especialmente importante porque comprende algunos planteamientos de sectores anarco-partidistas –que ya mencionamos anteriormente- que creen que con solo quitar de su programa la toma del poder, ya han conjurado al fantasma del leninismo y el autoritarismo dentro de su organización. No se trata de una cuestión de palabras, o acepciones de una misma palabra. Se trata de concepciones diametralmente opuestas, podríamos decir excluyentes, de concebir un proyecto revolucionario.
Desde el anarquismo las críticas al bolchevismo han sido pródigas, pero aquí solo mencionaremos algunas de las referidas al partido revolucionario. Quizás la crítica mejor formulada a toda la concepción leninista haya sido la de Luigi Fabbri en su imprescindible obra Dictadura y Revolución. Pero ésta estaba enfocada más que nada a refutar las tesis marxista-leninista sobre la dictadura del proletariado, más que en criticar el carácter partidario del bolchevismo. No obstante, Fabbri desmiente rotundamente las afirmaciones de los anarco-partidistas a las que nos referimos anteriormente, sobre la viabilidad de conformar organizaciones partidarias anarquistas:
“Los anarquistas tienen escaso espíritu de partido; no se proponen ningún fin inmediato que no sea la extensión de su propaganda. No son un partido de gobierno ni un partido de intereses –a menos que por interés se entienda el del pan y la libertad para todos los hombres-, sino sólo un partido de ideas. Es ésta su debilidad, por cuanto les está vedado todo éxito material, y los otros, más astutos o más fuertes, explotan y utilizan los resultados parciales de su obra.
Pero ésta es también la fuerza de los anarquistas, pues sólo afrontando las derrotas, ellos –los eternos vencidos- preparan la victoria final, la verdadera victoria. No teniendo intereses propios, personales o de grupo para hacer valer, y rechazando toda pretensión de dominio sobre las multitudes en cuyo medio viven y con las cuales comparten las angustias y las esperanzas, no dan órdenes que ellas deban obedecer, no les piden nada, pero les dicen: Vuestra suerte será tal cual la forjéis; la salvación está en vosotros mismos; conquistadla con vuestro mejoramiento espiritual, con vuestro sacrificio y vuestro riesgo. Si queréis, venceréis. Nosotros no queremos ser, en la lucha, más que una parte de vosotros”.
Después de citar tan extensamente a Fabbri, casi no haría falta agregar que cuando los italianos Malatesta, Fabbri o Berneri utilizan el término partido, no se refieren a organizaciones políticas partidarias sino al mencionado partido de ideas. Nada más lejano de la concepción leninista sobre el papel de la vanguardia, las organizaciones revolucionarias y el papel auto-liberador de las masas. La lectura de la obra de Fabbri, además de esclarecedora sobre el carácter reaccionario del bolchevismo, es sorprendentemente actual, debido al carácter casi premonitorio de muchas de sus proposiciones acerca de cómo se iba a desarrollar la revolución rusa, y que aún hoy encuentran validez extraordinaria cuando aplicadas a supuestos “procesos revolucionarios” como el caso cubano o el bolivariano en la Venezuela de Chávez.
Durante la revolución rusa los anarquistas mantuvieron una actitud crítica hacia el Partido Comunista y a su actuación gubernativa. Uno de los voceros más radicalizados del anarquismo ruso fue Golos Truda, periódico dirigido por Volin. Los anarquistas publicaban rabiosamente las arbitrariedades de los bolcheviques, interviniendo en la autonomía de los comités de fábricas y de talleres, impidiendo el control obrero de la producción. Los anarcosindicalistas de Moscú denunciaban al partidismo bolchevique proclamando ¡abajo la lucha partidista!; ¡Abajo la Asamblea Constituyente, donde los partidos volverán una y otra vez sobre “criterios”, “programas”, “consignas” –y sobre el poder político!; ¡Vivan los soviets locales, reorganizados, de nuevo, sobre una línea verdaderamente revolucionaria, obrera y no-partidista! (En Paul Avrich, Los anarquistas rusos, Pág. 165).
Durante la revolución de octubre, los partidos podían estar representados en los soviets y consejos de trabajadores por delegados individuales, reemplazando de hecho a los soviets de campesinos, obreros y soldados por soviets de partidos políticos (finalmente quedando tan solo el partido bolchevique). “Oradores como Lenin y Trotsky no eran por cierto obreros ni soldados, y mucho menos campesinos. Llegaron a ser líderes de sus consejos en virtud de que eran líderes de su partido. Su ascenso al poder se cumplió a través de años de intrigas partidarias. Como periodistas (si esa era su profesión) tenían una escasa chance de representar a los soviets de tipógrafos. Como líderes de su partido eran figuras prominentes” (A. Meltzer-S. Christie, Anarquismo y lucha de clases, Pág. 141). Más que periodistas, revolucionarios profesionales, nos permitimos agregar.
En realidad es inevitable algún tipo de organización exterior a los comités de fábrica, sindicatos, consejos, comunas, sociedades de resistencia, soviets, o como quiera que se llame a la unidad organizativa popular de base. No se pueden cerrar los ojos y simplemente afirmar que la propaganda política no existe. Para los anarquistas se hace importante una organización exterior de apoyo, pero eso no implica la necesidad de conformar partidos. Es decir, los miembros de un comité de fábrica que son anarquistas actúan dentro del mismo por su condición de trabajadores, con adscripción ideológica anarquista; pero no hablan ni actúan en nombre de una organización, ni deben consultar a ese organismo cual será la política a adoptar. Una organización –aunque carezca de líderes o jefes- que actúe como un partido político revolucionario dentro de las organizaciones obreras y comunales, devendrá inevitablemente en un dirigente fantasma, en un titiritero oculto tras el decorado, en un líder invisible alimentado por el culto a la organización como fin en sí misma.
Como dicen los anarquistas británicos Meltzer y Christie, cierto grado de sectarismo no solo es necesario sino que también es positivo. La pretensión de unidad con otras organizaciones de izquierda con mayor caudal de afiliados tiende a diluir la revolución, no a intensificarla. “La lucha que cuenta es la que ayuda a construir una nueva sociedad, y esto sólo puede hacerse mediante una acción revolucionaria individual o de grupo que propague persistentemente su propaganda mediante la palabra y la acción. Por nuestro sectarismo podemos estar en la actualidad separados del resto del mundo. Pero en caso contrario seríamos parte de ese mundo. No aceptamos la absurda afirmación del trotskismo de que es necesario unirse al partido Laborista para estar en contacto con la clase trabajadora” (ibidem, Pág. 144).
Prácticamente podríamos decir que está implícito en la definición del vocablo anarquista, la imposibilidad de conformar organizaciones partidarias. Cabe aclarar que eso no significa rechazar toda forma de organización, como sostiene el individualismo trasnochado. Más bien, diríamos que la organización es un medio que debe asumir el carácter de los fines por los que se la ha erigido: una organización anarquista es un medio que debe promover fines anarquistas, es decir, debe prefigurar la nueva sociedad revolucionaria. “El revolucionario libertario no puede tener nada que ver con la organización política partidaria. Esta sólo puede ser un lugar estratégico para alcanzar el poder o un monumento recordatorio de pasadas batallas o un ghetto espiritual. Está sujeta a los peligros implícitos de la burocracia o del copamiento. El control democrático no es ninguna salvaguardia, pues aunque la decisión mayoritaria se acepte como una manera adecuada de hacer las cosas, en la práctica se controla lo que entra, de manera que la mayoría pueda estar de acuerdo con las decisiones a tomar” (ibidem, Pág. 145). Cuando examinemos más detenidamente la práctica real de ciertos nucleamientos anarco-partidistas y neo-plataformistas probaremos como en nombre de la unidad ideológica y de los mecanismos de autocontrol, se hace prácticamente imposible cualquier tipo de disidencia al interior de estas organizaciones.
En el comienzo, La Plataforma.
Se puede afirmar que prácticamente todas las variantes de anarco-leninismo, anarco-bolchevismo y anarco-partidismo tienen su origen en la Plataforma Organizativa de los Comunistas Libertarios que publicaran en 1926 los anarquistas ucranianos y rusos exiliados en París, y que se agrupaban alrededor del periódico bimestral Dielo Truda (La Causa de los Trabajadores). Los dos integrantes más notorios del grupo eran Piotr Archinov y Néstor Makhno, el célebre comandante guerrillero ucraniano.
Si bien el documento fue firmado por el colectivo editorial de Dielo Truda, fue redactado prácticamente en su totalidad por Piotr Archinov, lo cual se desprende de cotejar la redacción del texto de La Plataforma con otros de sus artículos. Igualmente el programa redactado por Archinov reflejaba sinceramente la posición de todo el colectivo editorial de Dielo Truda, que acostumbraba a firmar también como Grupo de Anarquistas Rusos en el Extranjero. En realidad la publicación del panfleto fue la presentación oficial de una serie de artículos y discusiones previas donde se analizaban las causas de la derrota del movimiento anarquista ruso por los bolcheviques y se criticaba con rudeza la propuesta de conformar organizaciones mixtas y de síntesis, es decir, que agruparan en su interior las tres corrientes principales del pensamiento anarquista, y que había sido patrocinada por Volin, Sebastián Faure y otros anarquistas de renombre. Esta situación llevó a una agria disputa entre Volin, Fleshin y otros anarquistas rusos con Archinov, Makhno y el grupo Dielo Truda, que no estaría exenta de difamaciones e injurias entre sus protagonistas. Las críticas hacia la Plataforma fueron contundentes e involucraron a las figuras más prominentes del anarquismo internacional, baste mencionar a Errico Malatesta, Luigi Fabbri, Camilo Berneri, Sebastián Faure, Max Nettlau, Alexander Berkman y Emma Goldman. Veamos entonces qué era lo que proponía la Plataforma Organizativa que provocó una reacción tan encendida.
Las propuestas de La Plataforma Organizacional
El documento que publicó Dielo Truda comenzaba afirmando que la debilidad del movimiento anarquista internacional se debía a
“un número de causas, de las cuales la más importante, la principal, es la ausencia de principios y prácticas organizativas en el movimiento anarquista. En todos los países, el anarquismo está representado por una serie de organizaciones locales que advocan teorías y prácticas contradictorias, sin tener perspectivas de futuro, ni una constancia en el trabajo militante, y habitualmente desapareciendo , dejando difícilmente la más mínima huella tras de sí. Tomado como un todo, tal estado del anarquismo revolucionario sólo puede ser descrito como «desorganización crónica». Como la fiebre amarilla, esta enfermedad de desorganización se introdujo en el organismo del movimiento anarquista y le ha sacudido por docenas de años. (…)
Fue durante la Revolución Rusa de 1917 que la necesidad de una organización general fue sentida más hondamente y más urgentemente. Fue durante esta revolución que el movimiento libertario mostró el más alto grado de seccionalismo y confusión.”
Sostenían que este estado caótico se debía a una falsa interpretación del principio de individualidad, confundiéndolo con el egoísmo, la indiferencia política y la ausencia de responsabilidad. Todas estas afirmaciones si bien tenían su parte de verdad, eran generalizaciones que los autores de La Plataforma exageraban rabiosamente con el fin de reforzar su posición. Por otro lado, para hacer esta clase de generalizaciones se basaban en su propia experiencia del fracaso organizativo del movimiento anarquista ruso. No podría en verdad calificarse como un estado de “desorganización crónica” a la situación del movimiento anarquista en los países con fuerte tradición anarcosindicalista, siendo el caso más notable el de el movimiento español.
No solo los anarquistas individualistas eran blanco de las críticas del grupo Dielo Truda. También rechazaban el modelo organizativo propuesto por Volin y Faure, conocido como organizaciones de síntesis, que habían funcionado durante un tiempo en la revolución rusa como la Confederación Nabat y que también existían en países como Francia. Incluso los anarcosindicalistas fueron el blanco de sus críticas.
“Rechazamos como inepta, práctica y teóricamente, la idea de crear una organización con la receta de la “síntesis”, esto es, con reunir los representantes de diferentes tendencias del anarquismo. Tal organización, habiendo incorporado elementos heterogéneos teórica y prácticamente, sólo sería un ensamblaje mecánico de individualidades cada cual teniendo una diferente concepción de todas las cuestiones respecto al movimiento anarquista, un ensamblaje el cual llevaría inevitablemente a la desintegración en el encuentro con la realidad. El método anarcosindicalista no resuelve el problema de la organización anarquista, ya que no le da prioridad a este problema, interesándose solamente en penetrar y ganar fuerzas en el proletariado industrial.”
Proponían en cambio una unión general de anarquistas en base a posiciones precisas en lo táctico, teórico, organizativo y férreamente disciplinada bajo el principio de responsabilidad colectiva, en base un programa definido y homogéneo. El objetivo del documento era establecer una plataforma mínima sobre la cual deliberar para dar forma a dicha organización. Los principales puntos que Archinov, Makhno y sus camaradas proponían como ineludibles eran:
1. La noción de lucha de clases como principal de la ideología anarquista. Es en esta afirmación donde la influencia de Archinov –quien había militado en las filas bolcheviques hasta 1906- se manifestaba en todo su peso. Además, se evidenciaban las influencias marxistas que convivían con su pensamiento anarquista, en una suerte de anarco-bolchevismo no declarado.
“En el dominio social toda la historia humana representa una cadena ininterrumpida de luchas de las masas laboriosas por sus derechos, libertad y por una mejor vida. En la historia de la sociedad humana esta lucha de clases ha sido siempre el factor primario que determinó la forma y estructura de estas sociedades. El régimen social y político de todos los Estados es por sobre todo el producto de la lucha de clases. La estructura fundamental de toda sociedad nos muestra el estado que alcanzó y en que se encuentra en la lucha de clases. El más mínimo cambio en el curso de la lucha de clases, en la posición relativa de las fuerzas en la lucha de clases, produce modificaciones continuas en el tejido y estructura social. Tal es el alcance y significado universal, general de la lucha de clases en la vida de las sociedades de clases.”
Esta postura no se diferencia de la famosa afirmación del Manifiesto Comunista de Marx y Engels acerca de que la Historia de la humanidad es la Historia de la lucha de clases entre explotadores y oprimidos. Si bien esta es una verdad indiscutible, no es menos cierto que esa no es toda la verdad, sino que más bien es una versión extremadamente estrecha, determinista y reduccionista de la Historia. Esta actitud favorable a un clasismo restringido mayormente a la clase obrera urbana e industrializada, revelaba una cierta estrechez de miras, restando importancia a la situación campesina en un país con población mayoritariamente rural. No obstante, en La Plataforma las alusiones a la clase trabajadora suelen ser confusas y cambiantes, porque a veces parece referirse a la clase obrera específicamente, mientras que en otros casos lo hace en un sentido más amplio, que incluiría a los campesinos y asalariados en general, o como referencia genérica a las masas laboriosas.
2. La idea de las masas como portadoras de una capacidad creativa y anárquica natural. El anarquismo sería una actitud inherente a las masas, que los pensadores anarquistas, es decir, Bakunin, Kropotkin y otros, “habiéndola descubierto en las masas, simplemente ayudaron con la fuerza de su pensamiento y su conocimiento a especificarla y divulgarla”. El documento declara expresamente diferenciarse de los bolcheviques quienes “consideran que las masas poseen sólo instintos revolucionarios destructivos, siendo incapaces de la actividad creativa y constructiva- razón principal por la cual estas actividades deben ser concentradas en manos de los hombres que conforman el Estado y el Comité Central del Partido”. Esta tesis de los editores de Dielo Truda será incongruente con otras proposiciones que sustentarán en el mismo documento, y que no los diferencian de la reprochada visión de los bolcheviques.
3. El Comunismo Libertario como la idea troncal del movimiento. El grupo liderado por Archinov consideraba al individualismo anarquista como refractario a la organización, la disciplina y el compromiso, por lo cual sus adherentes ni siquiera eran tenidos en cuenta para la conformación de una Unión General de Anarquistas, mientras que el anarco-sindicalismo era considerado como un medio para llegar a un fin (el comunismo anarquista). Por eso creían –y no sin razones de peso- que era imposible llegar a una síntesis como la que proponía Volin, por ser arbitraria esta división del anarquismo en tres ramas (Dielo Truda Nº 10, marzo de 1926). Esta actitud de los plataformistas sería criticada por los propios anarco-comunistas como Luigi Fabbri, por pretender excluir del movimiento anarquista a todas las otras tendencias que no concordaban con la suya. Otro problema que generaba la adhesión excluyente al comunismo libertario era que fracasaba en su intento de unificar al movimiento, precisamente por no incluir a las otras tendencias, y entonces perdía su principal razón de existir. Recordemos que el documento sostenía que “las fuerzas de todos los militantes anarquistas deben estar orientadas hacia la creación de esta organización”, es
decir, la Unión General de Anarquistas.
4. Conformar una Unión General de Anarquistas, fundada en la unidad ideológica, la unidad táctica y la responsabilidad colectiva; e implementar un programa de acción a cumplir. Esta era una de las cuestiones que generó mayores rechazos e impugnaciones. Estos tres puntos tan conflictivos eran definidos escuetamente por los plataformistas, y debieron ser ampliados en posteriores documentos. Los principios fundamentales de la organización de la Unión General de Anarquistas eran:
“1- Unidad Teórica: La teoría representa la fuerza que dirige las actividades de las personas y de las organizaciones a lo largo de un sendero definido hacia un determinado fin. Naturalmente, debe ser común a todas las personas y organizaciones adherentes a la Unión General, tanto en lo general como en sus detalles, deben estar en perfecto acuerdo con los principios teóricos profesados por la Unión.
2- Unidad Táctica o Método de Acción Colectivo: Del mismo modo, los métodos tácticos empleados por miembros separados y por las organizaciones en la Unión deben ser unitarios, esto es, estar en riguroso acuerdo tanto entre sí y con las teorías y tácticas generales de la Unión. Una línea táctica común en el movimiento es de decisiva importancia para la existencia de la organización y para el movimiento todo: remueve los desastrosos efectos de muchas tácticas en oposición unas con otras, concentra todas las fuerzas del movimiento, les da una dirección común llevando al objetivo fijado.
3- Responsabilidad Colectiva: La práctica de actuar bajo la única responsabilidad individual debe ser decisivamente condenada y rechazada en las filas del movimiento anarquista. Las áreas de la vida revolucionaria, social y política, son, por sobre todo, profundamente colectivas por naturaleza. La actividad social revolucionaria en estas áreas no puede estar basada en la responsabilidad personal de los militantes individuales. El órgano ejecutivo del movimiento anarquista general, la Unión Anarquista, tomando una línea firme en contra de la táctica del individualismo irresponsable, introduce en sus filas el principio de la responsabilidad colectiva: La Unión entera será responsable de la actividad política y revolucionaria de cada uno de sus miembros; del mismo modo, cada miembro será responsable de la actividad política y revolucionaria de la Unión como un todo.”
Un cuarto punto sostenía la necesidad del Federalismo, la independencia de los individuos y la descentralización, pero a continuación argumentaba que “con frecuencia el principio federativo se ha deformado en las filas anarquistas: ha sido reiteradamente entendido como el derecho, por sobre todo, a manifestar el «ego» individual, sin la obligación a los deberes de los cuales requiere la organización. Esta falsa interpretación, desorganizó a nuestro movimiento en el pasado. Es tiempo de ponerle fin en forma irreversible y firme. Federación significa el libre acuerdo de los individuos y organizaciones para trabajar colectivamente hacia un objetivo común.” Esta exagerada salvedad que hacían los plataformistas los habilitaba para afirmar que el único federalismo bien entendido era suyo.
5. Instauración de un Comité Ejecutivo; guía ideológica, vanguardismo, dirigismo y toma de decisiones con preponderancia de las mayorías. Aunque en La Plataforma se declara expresamente que no se aspira al poder político ni al gobierno, sino que la principal aspiración del anarquismo debe ser ayudar a las masas a lograr su emancipación para la construcción del socialismo, en seguida se contradice con esta afirmación y con la noción expresada anteriormente acerca de la capacidad natural creativa las masas:
“Pese a que las masas se expresan profundamente en los movimientos sociales en términos de las tendencias y principios libertarios, estas tendencias y principios, permanecen dispersos, descoordinados, y consecuentemente, no llevan a la organización del poder conductor de las ideas libertarias, el cual es necesario para preservar la orientación anarquista y los objetivos de la Revolución Social. Esta fuerza conductora teórica, sólo puede ser expresada por una colectividad especialmente creada por las masas para éste propósito. Los elementos anarquistas organizados constituyen exactamente ésta colectividad.
(…)En todas estas cuestiones, y en muchas otras, las masas demandan una clara y precisa respuesta por parte de los anarquistas. Y desde el momento en que los anarquistas declaran una concepción de la revolución y de la estructura de la sociedad, están obligados a dar a éstas cuestiones una clara respuesta, para relacionar la solución de estos problemas con la concepción general del comunismo libertario, y para abocar todas sus fuerzas para la realización de éste.
Sólo en este sentido la Unión General de Anarquistas y el movimiento anarquista completo aseguran su función como fuerza conductora teórica de la Revolución Social (subrayado nuestro).”
Son estas pretensiones de convertirse en una organización “creada por las masas” que actúe como guía teórica de las masas dispersas y desorganizadas, las cuales “demandan” una “clara y precisa respuesta” de los anarquistas, las que aproximan los planteos plataformistas con los leninistas. Aquí vemos reaparecer la función de la organización partidaria en toda su dimensión, como conductora del instinto revolucionario de las masas y como única línea teórica admisible. Esta idea de conducción y guía que proponían los plataformistas, se manifiesta en el formato organizativo centralizado en un comité ejecutivo de clara vocación jerárquica, en flagrante contradicción con los principios federalistas.
“Cada organización adherida a la unión representa una célula vital del organismo común. Toda célula debe tener su secretario, ejecutando y guiando teóricamente el trabajo político y técnico de la organización.
Con vista a la coordinación de las actividades de todas las organizaciones adherentes a la Unión, será creado un órgano especial: el comité ejecutivo de la Unión. El comité tendrá a su cargo las siguientes funciones: la ejecución de las decisiones tomadas por la Unión que se les haya confiado; la orientación teórica y organizacional de las actividades de los grupos aislados de forma consistente con las posiciones teóricas y con la línea táctica general de la Unión; la mantención de los lazos de trabajo y organizativos entre las organizaciones en la Unión y las otras organizaciones. “
La Unión General de Anarquistas n se diferenciaba mucho de cualquier partido político, salvo la expresa negativa a formar un gobierno, pero sin renunciar a un rol dirigente sobre las masas, sobre los sindicatos y consejos de trabajadores, mediante un comité ejecutivo centralizado.
6. El rol del sindicalismo. Para los plataformistas el sindicalismo era el principal medio de lucha, pero al no tener una teoría revolucionaria propia, era indispensable inclinarlo en una dirección libertaria. El anarcosindicalismo se presentaba a ojos de los plataformistas como incompleto e incapaz de anarquizar al movimiento obrero. La táctica de La Plataforma para los sindicatos no se diferenciaba de la aplicada por los partidos leninistas.
“La tarea de los anarquistas en las filas del movimiento de trabajadores revolucionarios puede sólo ser cumplida en condiciones tales que su trabajo se vea íntimamente ligado y asociado con la actividad de la organización anarquista por fuera del sindicato. En otras palabras, debemos ingresar al movimiento sindical revolucionario como una fuerza organizada, responsable de cumplir su trabajo en el sindicato ante la organización general de los anarquistas, y orientada por ésta última.
Sin restringirnos a la creación de sindicatos anarquistas, debemos buscar ejercer nuestra influencia teórica en todos los sindicatos, en todas sus formas (los IWW, las TU rusas). Sólo podemos alcanzar éste fin trabajando en grupos anarquistas rigurosamente organizados; pero nunca en pequeños grupos empíricos, sin ligazón organizativa ni acuerdo teórico entre ellos (subrayado nuestro).”
Esta propuesta no se diferencia del dirigismo que aplicaron los bolcheviques sobre los soviets, convirtiéndolos en apéndices del Partido Comunista. En otras palabras, los trabajadores no son quienes deciden libremente en condición de tales, sino que la línea es inducida, infiltrada o impuesta desde una organización exterior al gremio o al consejo obrero.
7. La cuestión de la Defensa de la Revolución. Basados en su experiencia durante la revolución rusa y su participación en la guerra revolucionaria en Ucrania, el grupo de Makhno y Archinov proponía la creación de un ejército para la defensa de la revolución contra la inevitable reacción de la burguesía.
“Como en todas las guerras, la guerra civil no puede ser emprendida por los trabajadores con éxito a menos que apliquen los dos principios fundamentales de toda acción militar: unidad en el plan de operaciones y unidad del mando común. El momento más crítico de la Revolución vendrá cuando la burguesía marche en contra de la revolución como fuerza organizada. Este momento crítico obliga a los trabajadores a adoptar éstos principios de la estrategia militar.
De tal modo, en vista de las necesidades impuestas por la estrategia militar, además de la estrategia de la contrarrevolución, las fuerzas armadas de la revolución deben estar inevitablemente basadas en un ejército general revolucionario con un mando común y con un plan de operaciones.”
En teoría, este ejército estaría sometido a la jurisdicción de las organizaciones productivas de obreros y campesinos, lo que no deja de sonar como un formalismo inaplicable. Según advertían los firmantes del documento, la creación de un ejército debería ser tomada no como una cuestión de principio sino más bien de tipo estratégica, a la que los trabajadores se verían “fatalmente forzados” a recurrir en defensa de revolución.
Hasta aquí hemos repasado sucintamente los argumentos básicos que proponía la Plataforma Organizativa de los Comunistas Libertarios. Las respuestas no se hicieron esperar, no solo dentro del círculo de los exiliados rusos sino también entre camaradas de otros países.
Las reacciones contra la Plataforma.
El documento de Dielo Truda provocó una catarata de respuestas críticas, algunas destempladas y otras mesuradas. Entre los anarquistas rusos exiliados el alboroto tomó ribetes escandalosos cuando comenzaron las acusaciones cruzadas entre antiguos camaradas de lucha.
Desde el grupo de Volin se explicitó que la Plataforma era tributaria de la ideología bolchevique y se hacía referencia al pasado de Archinov, que antes de integrarse al anarquismo en 1906 había militado en las filas bolcheviques; según ellos, nunca se había distanciado de las ideas de Lenin. Como contrapartida, Makhno sugirió que Volin se había pasado a los comunistas en 1919, en ocasión de ser tomado prisionero por el Ejército Rojo. Alexander Berkman salió en defensa de Volin acusando a Makhno de poseer un temperamento militarista y que estaba moralmente dominado por Archinov. De éste opinaba que “su carácter es enteramente bolchevique”; “tiene un carácter dominante, arbitrario y tiránico. Todo ello arroja alguna nueva luz también sobre la Plataforma Organizativa” (P. Avrich; Los anarquistas rusos: 247). La Plataforma era vista como una desviación anarco-bolchevique y que pregonaba un anarquismo de corte partidario.
La derrota, el penoso exilio y la certeza de un futuro ominoso carcomían por dentro al grupo de exiliados rusos: las rivalidades personales estallaban entre los viejos revolucionarios; la discordia había ocupado el espacio de la camaradería, dando un penoso golpe de telón al accionar del anarquismo ruso.
La crítica de Volin, Fleshin y otros exiliados rusos.
En abril de 1927 se publicó en ruso y en francés la Respuesta al documento de Dielo Truda, primera intervención en una larga serie de debates acerca del rol de la organización anarquista. La Respuesta se inauguraba con la siguiente frase: “No estamos de acuerdo con las afirmaciones de la Plataforma…” revelando el tenor crítico que tendría el documento de allí en más. Continuaba con un rechazo explícito de las motivaciones sobre las que el grupo Dielo Truda se basaba para fundamentar su propuesta: que la debilidad del movimiento anarquista se debía a la ausencia de principios organizativos. Sin rechazar la necesidad de organizarse, el grupo de Volin consideraba que la Plataforma “sobre enfatizaba la importancia del rol de la organización”, estableciendo una partido centralizado que insertaría una línea política y táctica para el movimiento anarquista.
Además de rechazar la idea de anarquismo de síntesis según estaba explicitada en la Plataforma, el grupo de Volin sostenía que proponer a la idea de lucha de clases como la única válida para el anarquismo, rechazando los principios humanistas e individualistas implicaba constreñir la idea, limitarla a un solo punto de vista.
“El anarquismo es más complejo, sintético y diverso, como lo es la vida misma. Su componente de clase consiste principalmente en la lucha por la liberación; su carácter humanitario constituye su aspecto ético y la base de la sociedad humana; su individualismo, el ser humano como finalidad”.
Con respecto al rol de las masas, la Respuesta sostenía que la tesis de la Plataforma podía resumirse en: las masas deben ser dirigidas. Por el contrario, sostenía Volin y compañía que los anarquistas no debían dirigir a las masas sino actuar desde las masas. La perspectiva plataformista no se diferenciaba de la de los partidos políticos en este punto de vista, porque compartía con ellos presupuestos similares: a) las masas deben ser dirigidas, b) la minoría conciente separada de las masas debe llevar la iniciativa, c) este colectivo debe organizarse en un partido que debe tomar la iniciativa en todas las áreas de la revolución.
“Los anarquistas y las organizaciones específicas (grupos, federaciones, confederaciones) solo pueden ofrecer asistencia ideológica, sin asumir el rol de líderes.” La más leve insinuación de caudillaje, superioridad o liderazgo sobre las masas, conduciría a una aceptación y sometimiento a una dirección separada de las bases.
Otro de los puntos de la Plataforma que rechazaba la Respuesta era la obligatoriedad de la aceptación de ciertas decisiones, cuyo rechazo conllevaba la aplicación de sanciones; esto significaría “el comienzo de la coerción, la violencia y los castigos”. Consecuentemente, el grupo de Volin rechazaba la idea de controlar “en momentos específicos” la libertad de expresión y de prensa en defensa de la revolución, como proponían los plataformistas. ¿Quienes impondría estos límites, quienes determinarían los momentos específicos cuando llegase el caso, quiénes tendrían esa capacidad de decisión?: la autoridad y el poder se rehabilitarían, aunque se los calificase con otros nombres.
Con respecto a la defensa de la revolución, el grupo de Volin sostenía que en la propuesta de la Plataforma de un ejército dirigido por un comando centralizado se evidenciaba un error técnico y un error político. El error técnico consistía en creer que un ejército de esas características es idóneo para la defensa de la revolución, por el simple hecho de su centralización. El despliegue de un plan general de acción ideado por un comando centralizado no está a exceptuado de llevar la revolución a la derrota. Un ejército centralizado podría ser tan nefasto e ineficaz como unidades descoordinadas aisladas y desperdigadas. El error político consistiría en que un comando centralizado desalentaría las iniciativas regionales e individuales; además, engendraría un aparato militar aplastante y una tendencia a considerar al centro de mando especializado como infalible. Como consecuencia, el ejército centralizado tendría muchas probabilidades de dejar de ser “revolucionario”, para convertirse en una herramienta de la reacción, tal cual había ocurrido con el Ejército Rojo. Si las masas pierden la iniciativa de su accionar, nada puede reemplazarlas. Ningún ejército, aparato o Cheka –como es la concepción bolchevique- salvarán a la revolución de los complots de la burguesía, si el pueblo en armas autoorganizado fracasa.
Finalmente las críticas se enfocaron sobre las formas y el rol que debía asumir la organización anarquista. La Plataforma proponía acabar con las contradicciones teórico-prácticas, con la incoherencia ideológica y la dispersión organizativa que percibía en el movimiento anarquista abrazando la unidad teórica y la unidad táctica. Esta se lograría acordando aquello que se debía conservar y abandonar de la variedad de ideas anarquistas, reduciendo las “contradicciones teóricas”, para conformar una ideología homogénea y coherente. Así se lograría una organización única que excluiría a aquellos que no acordaran con su programa. Pero el plan plataformista de lograr la unidad ideológica y táctica de los anarquistas fracasaría precisamente porque lejos de lograr la unidad, más bien generaría relaciones hostiles con aquellas organizaciones anarquistas que estén en discrepancia. En lugar de producirse la unidad y el entendimiento, prevalecerían la discordia y el enfrentamiento. Y entonces fracasaría el propósito principal de la Plataforma, que consistía en conformar una organización que agrupara a todos los anarquistas sobre una misma base: continuarían existiendo no una sino varias organizaciones.
Una organización que se pretenda ser tomada seriamente debe prestar atención a definir su rol y sus objetivos con claridad. Según la Plataforma, el rol de la organización específica es el de dirigir a las masas. “Yuxtaponer el término dirigir con el adverbio ideológicamente no cambia sustancialmente la posición de los autores de la Plataforma, porque conciben a la organización como un partido disciplinado. Rechazamos cualquier pensamiento de que los anarquistas deban dirigir a las masas”.
Los autores de la Respuesta señalaban además una contradicción flagrante. Si bien las concepciones de la Plataforma se asemejan a las de cualquier partido político, es decir, la presencia de un comité ejecutivo centralizado que asume la dirección ideológica y táctica, “al mismo tiempo afirma su fe en el principio federativo, lo cual está en absoluta contradicción con las ideas citadas previamente” ya que el federalismo significa autonomía en las bases, los grupos locales y regionales. Mientras se exalta la necesidad del centralismo, la disciplina partidaria, el rol directivo sobre las masas, la unidad teórica y táctica delineada por un comité y la necesidad de un ejército centralizado, se invoca al federalismo para conjurar el fantasma de la centralización. Como señalaron Volin y compañía, los autores de la Plataforma “están apenas a un paso del bolchevismo, un paso que no se atrevieron a dar”.
Otras réplicas a la Plataforma.
El debate sobre el rol y naturaleza de la organización anarquista que propuso la Plataforma involucró a militantes ácratas de renombre, quienes asumieron en su amplia mayoría una posición de reprobación sobre el documento de Dielo Truda. Paralelamente a la Respuesta firmada por Volin, Fleshin, Sobol y otros exiliados rusos, también editaron sus críticas en diversas revistas y periódicos Sebastián Faure y Jean Grave, mientras que Max Nettlau publicó El proyecto de constitución de un partido anarquista, el 30 de mayo de 1927.
Los anarquistas italianos debatieron a fondo la Plataforma y redactaron varios artículos, en la gran mayoría impugnando sus presupuestos, como fue el caso de L. Galleani con su artículo El Principio de la organización a la luz del anarquismo, de Malatesta con un escrito en Le Reveil de Ginebra en octubre de 1927 y e intervenciones del grupo Pensiero e Volontá, que integraban personalidades como Luiggi Fabbri, Ugo Fedeli y Camillo Berneri.
El artículo de Fabbri –originalmente publicado en italiano por Il Martello de New York en septiembre de 1927 y reproducido en Buenos Aires por La Protesta– se titulaba Acerca de un Proyecto de Organización Anarquista. Fabbri sostenía que La Plataforma era demasiado ideológica, poco práctica y realista, que además establecía puntos de vista axiomáticos sobre ciertas problemáticas sobre las que difícilmente se podría llegar a conseguir una unidad de criterios. Si bien la necesidad de una organización anarquista estaba completamente justificada, decía Fabbri, “no obstante, desde la introducción se advierte que el espíritu de la Plataforma, contiene efectivamente un exclusivismo excesivo, tendiente a dejar fuera del movimiento anarquista a todas las corrientes que no concuerdan con ella, no solo en cuestiones prácticas sino también ideológicas.” Excluir a otras variedades de pensamiento anarquista como el anarcosindicalismo a favor de “una unidad rigurosa de partido, una unidad ideológica y estratégica”, sería un grave error, transformando una corriente interna en algo extraño y adverso.
También en referencia a la unidad y variedad dentro del movimiento anarquista, concluía Fabbri que la pretensión de constituir una Unión General de Anarquistas “que representase a la generalidad de los anarquistas, y excluyera de esa generalidad a aquellos que no pertenezcan a ella, en realidad siempre sería una organización particular y nunca general.” Esto equivaldría a confundir a una parte con el todo, a tomar a las razones particulares como la razón excluyente, no viendo ningún movimiento anarquista más allá de la propia organización.
Otro punto desafortunado de la Plataforma consistía en hacer de la lucha de clases la característica principal del anarquismo, “reduciendo a su mínima expresión su significación y objetivo humanitarios.” La lucha de clases es un hecho innegable pero que solo corresponde al método y a la acción revolucionaria del anarquismo, cuyo carácter fundamental consistente en afirmar la libertad social e individual negando toda autoridad impuesta y de todo gobierno. La socialización que proponen los anarquistas será “en beneficio de todos los hombres, de modo que unos dejen de ser los explotadores de otros”.
Tampoco coincide Fabbri con la idea de que las masas posean una capacidad innata anárquica creadora. La condición de clase de las masas no es la que las convierte en revolucionarias, sino que lo son en la medida de su accionar anárquico. De todos modos, aclara, sobre este punto pueden existir diferencias de opinión entre los anarquistas, y sería perfectamente inútil dogmatizarlo en cualquier sentido. Se puede acordar que los anarquistas participan de la lucha de las clases explotadas para acabar con el capitalismo. “sobre eso estamos todos de acuerdo, sin distinción: sobre el resto podemos discutir, pero no haremos de esto el argumento de una verdadera y propia división de partido”.
El punto de la Plataforma que Fabbri considera más desviacionista de la ideología anarquista es la pretensión dirigente de la organización anarquista específica sobre el movimiento obrero, la cual podría llevar a establecer una casta dirigente o -en el peor de los casos- una dictadura anarquista sobre el proletariado, una verdadera contradicción en los términos. Aunque los autores de la Plataforma pretendieran que la función dirigente se restringiría a una guía ideológica, esta situación evolucionaría en una conducción de hecho de una minoría anarquista -una especie de “estado mayor”- sobre las masas. “De otra manera no podría explicarse la diferencia que la Plataforma establece entre organizaciones de masas impregnadas de ideología anarquista y organización anarquista propiamente dicha. Una diferencia que en la práctica no podría ser precisada, ya que no se puede establecer el grado de anarquismo de la primera en comparación con la segunda, ni sancionar la legitimidad de la dirección o superioridad de la segunda sobre la primera.”
También Berneri publicaría un artículo crítico a la posición de Dielo Truda, en el periódico parisino Lotta Umana, en diciembre del mismo año. Su posición queda expresa desde el comienzo: “No estoy en absoluto de acuerdo con la Plataforma”. Al igual que para Fabbri, las masas no son portadoras de una capacidad revolucionaria innata,
“en la acción popular insurreccional veo más «efectos» anarquistas que «instintos» anárquicos; no creo que la función de los anarquistas en la revolución deba limitarse a «suprimir los obstáculos» que se oponen a la manifestación de las voluntades de las masas; veo graves peligros y no pocas dificultades en los egoísmos municipales y corporativos.”
A lo que apunta Berneri es a las complejidades de la vida social y a los particularismos regionales o culturales de naturaleza conservadora que se encuentran en todas las sociedades humanas, y cuyo comportamiento la Plataforma simplifica excesivamente universalizando un supuesto proceder de las masas.
“Si el movimiento anarquista no adquiere el coraje de considerarse aislado espiritualmente, no aprenderá a actuar como iniciador y propulsor. Si no alcanza la inteligencia política que nace de un racional y sereno pesimismo (que de hecho es el sentido de la realidad) y de un atento y claro examen de los problemas, no sabrá multiplicar sus fuerzas encontrando consensos y cooperaciones en las masas.
Es necesario salir del romanticismo. Ver a las masas, diría, en perspectiva. No existe el pueblo homogéneo, sino gentes diversas, categorías. No existe la voluntad revolucionaria de las masas, sino momentos revolucionarios, en los cuales las masas son enormes palancas.
Estar con el pueblo es fácil si se trata de gritar: !Viva! !Abajo! !Adelante! !Viva la Revolución!, o si se trata simplemente de luchar. Pero llega el momento en el que todos preguntan: ?Qué hacemos? Es necesario dar una respuesta. No para hacer de jefe, sino para que la gente no los cree.
«Táctica única» quiere decir uniforme y continua. La Plataforma ha llegado a la «táctica única» por la simplificación del problema de la acción anarquista en el seno de la revolución.”
La posición de Berneri está tan lejos de los tintes demagógicos que se evidencian en la idealización de las masas de la Plataforma, como del leninismo larvado que le atribuye en un ponzoñoso artículo el neo-plataformista José Antonio Gutiérrez, idea que en realidad es una proyección de su propio pensamiento. Tampoco es verosímil su versión sobre la supuesta pésima calidad de la traducción de la Plataforma, volcada por Volin del ruso al francés que dispusieron los camaradas italianos, para desautorizar la interpretación de Berneri, ya que Volin era un idóneo traductor. Además, es ridícula su imputación de “hacer una traducción tan tendenciosa como fuera posible”, además de insultar la inteligencia de quienes pretende defender o justificar.
Hasta en Buenos Aires se sintieron las sacudidas del debate que lanzó Dielo Truda. En el suplemento quincenal de La Protesta se publicó de forma episódica el texto de la Plataforma (cuya autoría se atribuye directamente a Archinov). Mediante notas al pie sobre la narración, el grupo editor manifestaba sus desacuerdos sobre las tesis plataformistas. En el Suplemento número 257 del 15 de febrero de 1927, se relativiza la supuesta situación caótica del movimiento anarquista internacional por no corresponder con la realidad de los hechos, se alerta sobre la exageración del “peligro individualista” del documento, se desmiente el fetichismo organizativo que se le atribuye a Bakunin, se desmiente la afirmación de que el movimiento anarquista haya bregado siempre por una unidad táctica sino más bien todo lo contrario y se previene contra la “pretensión un tanto desmesurada” de la unidad táctica.
“¿Es que una “dirección” única, una línea general única sería más eficiente que la libre y espontánea conjugación de los esfuerzos diversos de los anarquistas? Creemos que no, y lejos de ello, nuestra opinión es que lo único que debe preocuparnos es el fomento de una mayor actividad, dejando a los individuos mismos plena autonomía.”
En la edición 260 se continuó con la publicación del texto de la Plataforma. Con respecto a la afirmación de que no existe una humanidad única sino que está dividida en dos sectores sociales, el proletariado y la burguesía, enfrascados en una lucha de clases desde el inicio de la historia humana, el grupo editor manifestó su posición.
“Este punto de vista puramente marxista, que tiene por substratum el determinismo económico, ha sido combatido siempre por nosotros (…) Es evidentemente arbitrario querer explicar la historia de esa manera, cuando la realidad no nos ha demostrado nunca esa división de clases. Al contrario, actualmente vemos que grandes masas obreras tienen o suponen tener más intereses con la burguesía que con el resto del proletariado. En el pasado, la separación de burgueses y proletarios ha existido en un grado mucho menor y hasta podría decirse que la parte revolucionaria de la humanidad se expresó más en la burguesía que en las filas de los asalariados. Recién después de la conquista del poder político por la burguesía, en 1789, comenzó el proceso de la distanciación entre burgueses y obreros. Hoy mismo ese proceso, deseable en grado extremo, ciertamente, no se ha terminado, no ha dividido a la humanidad en burgueses y proletarios. Y esa es la gran tragedia de las fuerzas de la revolución.”
También afirmaba el grupo La Protesta observaba que el desarrollo lógico de los pensamientos contenidos en la Plataforma conducirían a una nueva dominación de clase. En el número siguiente, también se expresaban ciertas reticencias hacia la Plataforma, expresadas en la interrogación de si sus autores se proponían en verdad la transformación social o más bien la aniquilación de aquellos que no pertenecieran a la clase proletaria.
Una de las contestaciones más brillantes al grupo Dielo Truda fue la de la militante rusa Maria Isidine (Maria Korn/ Maria Goldsmith). Previamente en 1926 había enviado por carta un cuestionario al grupo editorial –del que también formaba parte- con algunas de las inquietudes y dudas que generaba la lectura de la Plataforma, cuyas respuestas fueron incluidas como Suplemento aclaratorio. Ya en ese cuestionario Maria Isidine se manifestaban los puntos más controvertidos del documento de Archinov: la primacía de las mayorías sobre las minorías; la naturaleza del vínculo federativo entre los integrantes, el cual podía ser moral o coercitivo organizativo; la intervención en el movimiento obrero de carácter entrista y dirigista; la naturaleza del Comité Ejecutivo; las restricciones a la libertad de expresión, la defensa de la revolución y otras cuestiones relativas a la reconstrucción social.
Entre marzo y abril de 1928 se publicó una concienzuda contestación a la Plataforma en el periódico francés Plus Loin, números 36 y 37. Allí planteaba la controversia que generaba la palabra partido en las entrañas del movimiento. Todo dependía del significado que se otorgase ya que
“se puede aplicar simplemente a una comunidad de personas con ideas semejantes, de acuerdo entre sí sobre los objetivos a alcanzar y los medios a ser empleados, incluso sin estar delimitados por lazos formales o aunque no se conozcan entre sí. (…) En su deseo vivo de estrechar los lazos entre los militantes, los autores de la Plataforma proponen poner en marcha un modelo nuevo de partido anarquista a lo largo de las líneas contraídas por otros partidos, con toma de decisiones vinculantes por mayoría de votos, un comité central de dirección, etc.”
Para la autora el principio de preeminencia de las mayorías ocasionaría en vez de un fortalecimiento de la las organizaciones, su debilitamiento por luchas intestinas, desviando energías para intentar prevalecer en votaciones de congresos y comités, haciendo la convivencia incómoda para los integrantes de la minoría, incubando el germen de la escisión y el revanchismo.
También consideraba que el error fundamental de la Plataforma consistía en concentrarse en la estructura de la unión de grupos y la conformación de un centro directivo, a fin de salvar al movimiento anarquista, en lugar de enfocarse sobre los grupos en sí. “No es a la federación sino a los grupos que la integran a quienes debemos exigirles tales líneas de acción: el centro de gravedad del movimiento reside allí, y la federación será aquello que sean los grupos que la integran.” El principio de la responsabilidad moral debía primar sobre la responsabilidad colectiva de la organización, o disciplina partidaria, porque sus bases eran voluntarias, libres y por lo tanto, más fuertes. Para María Isidine, la responsabilidad colectiva solo tendría sentido como principio cuando dentro de un grupo se actuase por consenso y acuerdo de todos sus miembros sin excepción, nunca por obediencia orgánica al precepto sancionado por la mayoría.
La polémica con Malatesta
En la misma línea que las críticas precedentes, las objeciones de Errico Malatesta proporcionaron un golpe muy duro a la postura de los plataformistas, tanto por lo categórico de sus argumentos como por el prestigio de su autor. Malatesta basó sus críticas en la traducción francesa de Volin y sus puntos de vista son coincidentes con los de Maria Isidine, que leyó la versión original rusa e integraba el grupo editorial de Dielo Truda; razón suficiente para desechar el chisme de Alexander Skirda sobre la supuesta traducción tendenciosa al francés obrada por Volin.
Malatesta creía que era necesaria la conformación de agrupaciones puramente anarquistas para superar las tendencias reformistas características al movimiento obrero, pero debían estar en armonía con los principios del anarquismo, tener una conformación basada en la libre cooperación de los individuos, fortalecedora de la conciencia revolucionaria y estimuladora de la iniciativa de sus miembros. Pero la Plataforma no cumplía estos requisitos, sostenía Malatesta.
“En mi opinión, en vez de crear entre los anarquistas un mayor deseo de organización, pareciera haber sido formulada para el designio expreso de reforzar el prejuicio en aquellos camaradas que creen que la organización significa la sumisión a lideres y pertenencia a una institución centralizada, autoritaria, que ahoga toda libre iniciativa. Y de hecho, expresa aquellas mismas intenciones que algunos persisten en atribuir a todos los anarquistas descritos como organizadores, contrariamente a la verdad evidente, y pese a nuestras protestas.”
También consideraba erróneo e impracticable intentar unir a todos los anarquistas en una única organización. En este punto su argumentación coincidía con la de María Isidine: “Nosotros los anarquistas, podemos decir que somos todos del mismo partido, si por la palabra partido entendemos todos aquellos que están del mismo lado, es decir, que comparten las mismas aspiraciones generales y que, de una u otra manera, luchan por el mismo objetivo en contra de los enemigos comunes. Pero esto no significa que sea posible -ni, quizás, siquiera deseable- unirnos todos juntos en una misma asociación específica.” Es indiscutible que Malatesta nunca apoyó la creación de un partido político anarquista ni un partido de cuadros, como algunos habladores insisten.
La “verdad” de la idea anarquista no puede ser, por consiguiente, monopolio de un comité ejecutivo, una organización determinada u obtenida por una mayoría de votos. Tampoco existen criterios incontestables para separar de antemano los elementos saludables de los perniciosos al movimiento.
Para Malatesta la forma organizativa planteada en la Plataforma no se conforma a los principios y métodos anarquistas. Y como los medios (autoritarios) no se adecuan a los fines (libertarios), la organización plataformista por ser típicamente autoritaria distorsiona el espíritu del anarquismo y conducirá a un resultado no anarquista. Malatesta impugna en especial la dirección político-ideológica por un comité ejecutivo, encargado de apuntar la táctica general de la Unión.
“¿Es esto anarquista? En mi opinión, esto es un gobierno y una iglesia. Es cierto que no hay policía ni bayonetas, como tampoco hay discípulos fieles listos a aceptar la ideología dictada, pero esto sólo significa que su gobierno sería impotente e imposible, y que su iglesia sería un criadero de divisiones y herejías. Su espíritu, su tendencia, sigue siendo autoritaria y sus efectos educativos serán siempre anti-anarquistas.”
Uno de los puntos de mayor diferencia de criterio fue la cuestión de la responsabilidad colectiva, que será enfocado por Malatesta desde un enfoque diferente al de M. Isidine. Este principio de responsabilidad colectiva constituye el fundamento del espíritu disciplinado que la Plataforma requería de sus militantes, y había sido esbozado germinalmente por Makhno en 1925 en el artículo Sobre la disciplina revolucionaria. Según este principio toda la organización es responsable por aquello que cada miembro hace. La única forma de aplicar este principio es atenerse a una estricta disciplina y que todos los individuos y grupos integrantes se sometan a la voluntad general de la organización, determinada por la mayoría. ¿Cómo conjugar esta coerción con el principio de independencia de criterio y la libertad de crítica? Para obrar sin coerción organizativa sobre la minoría, se haría necesario que todos sus miembros tuvieran la misma opinión en todo momento, lo cual es irrealizable como la experiencia práctica lo demuestra. Además, el principio de mayorías podría significar, en el caso de que no fuesen solamente dos sino más las propuestas en disputa, la posición de la primera minoría (es decir, la mayor de las minorías). Sobre bases tan frágiles la “autodisciplina libremente aceptada” de Makhno carecería de sentido práctico. ¿Y sobre qué argumentos los anarquistas pueden negar el gobierno de las mayorías en las sociedades humanas, cuando lo aplican hacia el interior de sus propias organizaciones?
A Malatesta no se le escapan las motivaciones que impulsaron a los autores de la Plataforma a ensalzar ideas repelentes por naturaleza al anarquismo (organizacionista o individualista): disciplina, principio de mayorías, responsabilidad colectiva, comités ejecutivos, dirección ideológica, unidad táctica, etc., privilegiando la eficacia y la efectividad.
“Estos compañeros están obsesionados por el éxito que los Bolcheviques han tenido en su propio país, y quisieran, a la manera de los Bolcheviques, unir a los anarquistas en una especie de ejército disciplinado, el cual, bajo la dirección ideológica y práctica de unos pocos lideres, marche compacta al asalto del presente régimen y, entonces, alcanzada la victoria material, presida la constitución de la nueva sociedad. Y quizás sea cierto que bajo este sistema, siempre que los anarquistas lo acepten, y que los lideres sean hombres de genio, nuestra eficiencia material sería enorme. ¿Pero con qué resultado? ¿No ocurriría con el anarquismo lo que ha ocurrido en Rusia con el socialismo y el comunismo? “
El escrito de Malatesta suscitó una crispada respuesta de Archinov en Dielo Truda, por mayo de 1928, Lo viejo y lo nuevo en el anarquismo. Allí defendió y ratificó las posiciones de la Plataforma, sin hacer nuevos aportes argumentativos. En cambio, quedó evidenciado que aquello que se les criticaba a los plataformistas no era producto de la confusión originada por la lectura de una versión malograda del texto original. Al igual que en su virulenta respuesta a Volin, no hizo Archinov ningún esfuerzo convincente por refutar las posiciones de su interlocutor, cayendo en descalificaciones y prejuicios que pronto se convertirán en clichés plataformistas: acusación de dogmatismo, de intelectualismo enajenado de las masas, de negligencia e irresponsabilidad. Archinov insiste en que la Plataforma es fruto de la experiencia concreta, para descalificar a las posiciones de sus contrincantes como “abstracciones dogmáticas”. Pero torpemente olvida que ese mismo argumento podría ser esgrimido por sus detractores rusos como Volin, Fleshin, Maximov, Berkman, Goldman o Shapiro, copartícipes de la misma experiencia. Sin el más mínimo dejo de autocrítica, al igual que los marxistas-leninistas considera superado el pasado, y proclama jactancioso:
“El comunismo libertario no puede permanecer en los obstáculos del pasado, debe ir más allá, combatiendo y superando sus defectos. El aspecto original de la Plataforma y del grupo Dielo Truda, consiste precisamente en ser extraños a dogmas anacrónicos, a ideas prefabricadas, y que, por el contrario, se esfuerzan en llevar adelante su actividad partiendo de los hechos reales y presentes. Esta aproximación, constituye el primer intento de fusionar al anarquismo con la vida real y de crear una actividad anarquista sobre esta base. Es sólo así que el comunismo libertario puede liberarse de un dogma obsoleto y promover al movimiento vivo de las masas.”
Poco después, un entristecido Néstor Makhno le hacía llegar por carta a Malatesta una dolida respuesta. Luego de manifestar desacuerdo con su refutación de la Plataforma, Makhno le hace una pregunta referida a la actuación constructiva de los anarquistas en la sociedad, que es en sí misma toda una declaración: “¿Deberían los anarquistas asumir una función directiva, y consecuentemente responsable, o deberían limitarse a ser auxiliares irresponsables?”. Responde Malatesta:
“Su pregunta me deja perplejo, porque carece de precisión. Es posible dirigir mediante el consejo y el ejemplo, dejando al pueblo -proveídos de las oportunidades y los medios para suplir por sí mismos sus necesidades- adoptar nuestros métodos y soluciones si estos son, o parecieran ser, mejores que aquellos sugeridos y ejecutados por otros. Pero es también posible dirigir tomando el mando, esto es, convirtiéndose en gobierno e imponiendo las ideas e intereses propios mediante métodos policiales. ¿De qué manera quisiera dirigir?
Somos anarquistas, porque creemos que el gobierno (cualquier gobierno) es un mal, y que no es posible ganar la libertad, solidaridad y justicia si no es con libertad. No podemos, entonces, aspirar al gobierno y debemos hacer todo cuanto sea posible para evitar que otros -clases, partidos o individualidades- tomen el poder, convirtiéndose en gobiernos. (…)
Pero cuando veo que en la Unión que ustedes apoyan, hay un Comité Ejecutivo que da dirección ideológica y organizativa a la asociación, me asalta la duda de que ustedes también quisieran ver, en el movimiento general, un cuerpo central que dictaría, de manera autoritaria, el programa teórico y práctico de la revolución. De ser esto así, somos polos opuestos. Su organización, o sus órganos administrativos, podrían estar compuestos por anarquistas, pero no serían otra cosa sino un gobierno.”
Finalmente, la última intervención de Malatesta en el debate sobre la Plataforma fue el breve artículo A propósito de la “Responsabilidad Colectiva”, y fue publicada en Studi Sociali, el 10 de julio de 1930, cuando la tormenta había escampado.
El fin de la Plataforma
El interés por la Plataforma fue disminuyendo progresivamente a causa de las fuertes críticas que suscitó, y porque casi no logró ninguna adhesión significativa fuera del círculo de exiliados rusos. Los padecimientos del exilio, las enemistades personales, la miseria que debían soportar junto a sus familias desintegraron al movimiento anarquista ruso en el exilio. Mientras algunos como Volin o Makhno permanecieron en Francia resistiendo hambre y achaques, otros como Gorelik y Maximov optaron por emigrar de Francia, tomando como destino tierras americanas luego de peregrinar por Europa. Finalmente, un pequeño grupo decidió retornar a Rusia, entre los que se encontraba Archinov, a quien aguardaba un desenlace orwelliano.
Aún más que la decepción que le causó el rechazo de la Plataforma por el conjunto del movimiento anarquista internacional, a Archinov le desesperaba la depresión nostálgica fruto del exilio en que había caído su amada compañera. Habiendo sido expulsado de Francia, estableció contacto con el líder comunista Ordzhonidze -un ex compañero de detención- que le prometió ayudarlo a volver si se retractaba de todas sus críticas al bolchevismo y rompía definitivamente con el anarquismo. Hasta el propio Volin le pidió que no retornase a Rusia, porque nunca le perdonarían su pasado anarquista. El publicó en París dos panfletos contra el anarquismo: El Anarquismo y la dictadura del proletariado (1931) y El anarquismo en nuestros tiempos (1933); posteriormente publicó en el periódico comunista Izvestia el 30 de junio de 1935 El Fiasco del Anarquismo. Una vez en Rusia, trabajó como corrector de pruebas en Moscú por un tiempo, hasta que en 1937 fue encarcelado bajo la acusación de anarquista y fusilado poco después.
Camillo Berneri y Max Nettlau lo criticaron ferozmente mientras que Alexander Berkman lo trató de traidor y cobarde. Makhno rompió públicamente con Archinov y le tachó de vanaglorioso y con ínfulas de poder, y prácticamente rompió con la posición de la Plataforma cuando expresó que Archinov “comenzó a verse a sí mismo como líder del anarquismo, para lo cual buscó y encontró los fundamentos teóricos. Era un paso fácil de dar, un paso hacia el bolchevismo.”
La traición de Archinov y su orientación filo-bolchevique, arrastró consigo a la Plataforma Organizativa en su desprestigio. Pero luego de algunas décadas de olvido resurgiría a partir de la década del cincuenta en Francia e Italia, y en los sesenta y setenta en las islas británicas, cuando el movimiento anarquista internacional estaba en franco retroceso.
Francia: un retorno turbulento
Si bien la propuesta del grupo Dielo Truda fue prácticamente rechazada de plano por la totalidad del movimiento anarquista internacional, en Francia su semilla logró brotar con fuerza. La Union Anarchiste había sido fundada en 1919 y editaba diariamente Le Libertaire. En 1926 cambió su denominación por Union Anarchiste Communiste (UAC) y en 1927 la influencia del grupo de exiliados rusos en el congreso de Orleáns condujo a la adopción programática de la Plataforma, ensanchándose las diferencias con la tendencia sintetista de Volin, quienes finalmente se escindieron conformando la Association des Fédéralistes Anarchistes (AFA). Para esta época María Goldsmitt-Korn (Isidine) escribe su artículo crítico al plataformismo, Organización y Partido, a propósito del congreso de Orleáns. En 1930 algunos militantes de la UAC se acercan a posiciones sintetistas y se hacen empeños por la unión del movimiento lo cual se logra finalmente reintegrándose en la AFA en 1934, frente a la amenaza del ascendente fascismo. La nueva organización retoma el nombre de la UA, pero poco después se provoca una fracción que se denominará Fédération Anarchiste de langue Française (FAF) –que editarán Terre libre con colaboración de Volin y Prudhommeaux-, con una posición crítica a la cooperación de la UA con el Frente Popular y la participación de la CNT española en el gobierno republicano. El movimiento pasaría a la clandestinidad durante la Segunda Guerra Mundial.
Finalizada la ocupación alemana los anarquistas franceses se reorganizan en la Federación Anarquista (FA) –de corte sintetista y composición heterogénea- a fines de 1945; Georges Fontenis fue elegido su primer secretario general. Este siniestro personaje creará alrededor de 1950 una fracción secreta denominada Organisation Pensée Bataille (OPB), de tendencia plataformista, desarrollando una práctica autoritaria y jesuítica con el objeto de excluir a las otras tendencias de la FA y desarrollar finalmente una estructura centralizada y homogénea, que se denominará. Fédération Communiste Libertaire (FCL) a partir del congreso de París de 1953. Para esos años Fontenis publicó su Manifiesto Comunista Libertario -una versión actualizada de la Plataforma de Archinov- que resumiría el programa de la FCL. Como era de esperar, el Manifiesto celebraba las consabidas consignas: unidad táctica, unidad teórica, principio de mayorías, responsabilidad colectiva, disciplina partidaria, vanguardismo proletario y lucha de clases. La similitud de este documento con la Plataforma de Archinov es tan grande que casi podría considerarse un plagio.
Las actuación de la OPB en el seno de la FCL fue catastrófica según la descripción que hicieron de ella quienes tuvieron que padecerla: “ellos intentan el imposible maridaje entre el marxismo y el anarquismo, están obnubilados por el orden y la disciplina, exigen la eficacia revolucionaria a toda costa, aunque sea renegando de nuestros principios”… “actuando en el oscurantismo, impone a sus miembros un silencio absoluto sobre su naturaleza y sus objetivos (sus estatutos llegan a prever la eliminación física de sus agentes si faltan a la disciplina de hierro que pone en peligro su organización). ¿La finalidad? Miembros de la Federación Anarquista, los agentes de la OPB tienen por consigna controlar la estructura para mejor poder hacer el cambio «marxista libertario» llamando a sus voces apenas mudas” (publicado en Tierra y Libertad, Nº 196, noviembre de 2004). La publicación del Memorándum del grupo Kronstadt, salido del propio FCL, denunció la orientación bolchevique de la FCL y la existencia de su organismo secreto OPB.
En 1956 la FCL presentó diez candidatos en las elecciones legislativas de enero, entre los cuales figuraba André Marty -expulsado del Partido Comunista y apodado “el carnicero de Albacete” por masacrar anarquistas durante la Revolución Española- para atraer los votos de los comunistas disidentes; los resultados fueron irrisorios. La represión gubernamental intensificada por su apoyo crítico a la lucha anticolonialista de Argelia, su fracasada aventura electoralista y la indiferencia general del resto de los anarquistas llevaron a la desaparición de la FCL en 1958.
Paralelamente, hacia 1953 los anarquistas que habían sido excluidos de la FCL reconstituyeron la FA de orientación sintetista y plural, editando Le Monde Libertaire. Durante los años sesenta, los intentos plataformistas por cambiar la orientación de la Federación tendrán una nueva expresión en la Unión de Grupos Anarquistas Comunistas, reproduciendo las tácticas conspirativas de Fontenis y sus secuaces, aunque sin obtener resultados. En 1966 la UGAC difunde una Carta al movimiento anarquista internacional, donde afirma que el anarquismo no puede asumir el liderazgo del movimiento revolucionario mundial y debe resignarse actuar como integrante de un movimiento más extenso, propiciando una política frentista de alianzas con maoístas y trotskistas.
En 1927 con la UAC (en vida de Makhno y Archinov) y en 1953 con la FCL, fueron las únicas oportunidades históricas que dispusieron los plataformistas de liderar una organización sólida de gran tamaño. Ni el sintetismo de Volin ni el plataformismo de Archinov resultaron viables o eficaces para conformar un movimiento sobre bases comunes.
El neo-plataformismo desde 1968
A pesar de su fracaso germinal el plataformismo – o quizás más correctamente expresado, el neo-plataformismo– consiguió ganar terreno después del verano libertario de 1968. No es casual que en un contexto de esplendor de la izquierda revolucionaria –cuya expresión característica serán las organizaciones guerrilleras- remisa al papel conciliador de los Partidos Comunistas bajo la órbita soviética, la Plataforma fuera recuperada con el fin de renovar al anarquismo. Pero esta actualización en realidad procuraba poner al anarquismo a tono con las propuestas izquierdistas de moda, en vez de responder a un proceso de maduración ideológica y un análisis de la evolución del capitalismo y el Estado. El plataformismo iba a caer como anillo al dedo a quienes consideraban al anarquismo “atrasado” y alejado de las masas en una torre de cristal. El plataformismo se mimetizaba perfectamente con la izquierda compartiendo sus consignas y proporcionaba muchas de las respuestas a las cuestiones que preocupaban a jóvenes militantes libertarios que se sentían avasallados por un mundo que giraba a la izquierda: el potencial revolucionario de una organización anarquista era entendida como directamente proporcional a la semejanza con los partidos de izquierda.
En Francia a partir de 1968, luego de los sucesos de mayo, el anarquismo se encuentra totalmente fragmentado como movimiento: la Federación Anarquista, el Mouvement Communiste Libertaire (creado por partidarios de Fontenis, la UGAC y otros grupos plataformistas), la Union fédérale des anarchistes, la Alliance ouvrière anarchiste, la Union des groupes anarchistes communistes, el grupo editor de Noir et Rouge, la CNT, la Union anarcho-syndicaliste, la Organización Revolucionaria Anarquista (ORA) y otros grupos diversos, entre autonomistas, situacionistas, consejistas e individualistas.
La ORA, el MCL y otros plataformistas se integran en una Organización Comunista Libertaria en un congreso en Marsella durante 1971. Luego de idas y vueltas, defecciones y adhesiones reconstituyen una segunda OCL en 1975, pero incorporando elementos autonomistas, y la ORA plataformista se recompone aparte, aunque algunos de sus cuadros se incorporan a la Unión de los Comunistas de Francia, maoísta-estalinista. En esta caótica macedonia de organizaciones libertarias –de la que solo ofrecemos una muestra- también surge la plataformista Union des travailleurs communistes libertaires (UTCL), a la que adhieren Fontenis y Guerin en 1979. Luego de un proceso de intenso debate devienen en Alternative Libertaire en 1991, que conserva bastante del espíritu de sus predecesoras.
Una pléyade de organizaciones pobló el espacio libertario francés de los últimos cuarenta años, siendo una buena parte de ellas de tendencia plataformista, pero incorporando idas de diverso origen, que abarcan desde el marxismo libertario de Guerin y el izquierdismo revolucionario hasta el consejismo y el autonomismo. Paradójicamente, desde 1953 ha sido la Federación Anarquista -que interpreta el pensamiento sintetista de Volin y Faure, opositores a la Plataforma desde su creación- la única organización que logró continuidad como colectivo, lo cual constituye un tácito fracaso del platafomismo, en su pretensión de conformar la Unión General de Anarquistas propuesta por Archinov. Las alardeadas nociones de disciplina partidaria, responsabilidad colectiva, unidad táctica y unidad teórica demostraron su ineficacia en la práctica concreta de los grupos plataformistas franceses.
En Italia surge durante los años 70 la Organizzazione Rivoluzionario Anarchica que luego de fusionarse con otros grupos conformará la Federazione dei Comunisti Anarchici en 1986. A pesar de sus escasos militantes, persiste hasta la actualidad con secciones en Toscana, Lombardia, Friuli, Liguria, Puglia y Emilia.
En Irlanda el plataformismo se ha establecido como la tendencia anarquista de mayor influencia. El Workers Solidarity Movement fue fundado en 1984 por ex-miembros del trotskista Socialist Workers Party y anarquistas de Dublin y Cork. A pesar de ser un grupo reducido en tamaño han demostrado un gran despliegue militante y han tomado participación en campañas contra la aplicación de impuestos, campañas pro-aborto y en conflictos sindicales. Además han tenido participación activa en los movimientos anti-globalización, en campañas antibélicas contra la intervención norteamericana, así como una importante presencia en la Web. Ha sido duramente criticado por su participación en la campaña electoral del candidato Des Derwin en el sindicato SIPTU, por sus acercamientos al republicanismo irlandés y por dirigir su discurso exclusivamente a los sectores católicos de obreros y omitiendo al sector protestante. El WSM se ha convertido el paradigma organizativo del plataformismo internacional.
En España los plataformistas actuaron al interior de CNT en 1978, generando algunos escándalos de proporciones. Liderados por Mikel Orrantía, socavaron las prácticas tradicionales de CNT y lanzaron todo tipo de acusaciones contra muchos de sus militantes más notorios. Según refiere Juan Gómez Casas (Relanzamiento de la CNT, ediciones CNT, 1984. Págs. 138-140), “Orrantía no desechaba el anarcosindicalismo ni a la CNT. Esta le interesa como campo de experimentación y como fuerza de maniobra. Anunciaba su deseo de permanecer en la CNT siempre que se permitiera libertad de tendencia dentro de la misma y la máxima libertad de expresión. Aquí había aún autonomía obrera y asambleísmo, claro que todavía se trataba de un nivel organizativo inferior. Pero por encima y exteriormente a la CNT aparecía la plataforma archinoviana, es decir, un nivel organizativo más perfecto y el grupo de los revolucionarios seguros, homogéneamente orientados a un fin, destinado a impulsar a las masas y a ordenar los repliegues tácticos en los momentos delicados. Dentro de este grupo, nos decía Orrantía, ya no cabía la libertad de expresión. Los discrepantes de la orientación general deberían entonces abandonar el grupo, porque no podía haber disenso. Se trataba en este caso de la vanguardia dirigente y monolítica.” Luego de abandonar CNT estos utilitarios personajes apoyaron electoralmente primero al PSOE y luego al brazo político de ETA, el partido vasco Herri Batasuna. Hoy en día el plataformismo sigue siendo una tendencia minúscula dentro del movimiento libertario español.
Existen grupos plataformistas en Grecia, Turquía, Brasil, Argentina, Uruguay, Portugal, Sudáfrica, Perú, México, etc. Su relevancia es mínima no solo dentro de sus países sin también como tendencia dentro de los movimientos anarquistas locales. En América del Norte la NEFAC agrupa a los plataformistas de EEUU y Canadá desde 1999.
En Chile la OCL es el principal grupo plataformista; sus posiciones y retórica no se diferencian del resto de la izquierda, además de designarse a sí mismos como un partido. Su principal referente organizativo es el WSM de Irlanda. Su principal antecedente es el Congreso de Unificación Anarco Comunista de noviembre de 1999, autores de un curioso documento que describe sin desparpajo su concepción sectaria de la organización revolucionaria. Establecen 3 categorías: simpatizante, pre–militante (aspirantes) y militantes con participación plena. Estos últimos trabajarán en la estructura de la organización, tendrán que estar al día con sus cotizaciones y deberán participar regularmente de sus asambleas generales. Como muestra del espíritu vigilante de la organización, el documento declara que es deber del militante asistir “regularmente a los talleres de formación teórica, avisando al encargado de la Comisión de Educación sus inasistencias, con antelación, de modo que pueda repasar sus lecciones en otra ocasión.” Cada una de estas categorías tendrá los derechos y obligaciones correspondientes, todo debidamente estipulado en un escalafón del militante libertario. Para ser militante los aspirantes deberán estar de acuerdo en un todo con la política de la organización. Según estos estatutos, solo los militantes pueden participar activamente en la generación de políticas por parte de la organización u “ocupar espacios en los órganos de difusión de la Organización”. Es difícil imaginar una implementación más rigurosa de los principios de unidad teórica, unidad táctica y disciplina.
Una vez presentado y aceptado el nuevo militante a la asamblea, se le prodiga una ceremonia de recibimiento, como un rito de pasaje hacia su nuevo estado. Para evitar suspicacias, aquí está trascripción textual del evento:
“La ceremonia consistirá en la lectura que hará el nuevo compañero, al inicio de la asamblea, de un acta de compromiso que selle su fidelidad ante sus nuevos compañeros y la causa revolucionaria, luego de lo cual se entonarán los himnos “Hijo del Pueblo” y “A las Barricadas”. Una vez efectuado esto, se procederá a hacerle entrega de su cartilla de militante y de su distintivo (pañuelo y/o brazalete) Para la ocasión, todos los compañeros deberán asistir con su distintivo puesto. Posteriormente, todos los compañeros procederán a hacer un saludo personalizado cordialmente al compañero. Está pensada para durar menos de diez minutos.”
Todo esta bufonada podría generar hilaridad si no fuera acompañada de un código de faltas y sanciones, establecidas de antemano que van desde la amonestación verbal a la expulsión (que considerando el funcionamiento de una organización por el estilo, el castigo equivaldría más bien a una recompensa). Para mitigar las sanciones los autores del documento declaran que “es necesario recalcar que no nos mueve el interés puramente punitivo, sino que debemos velar por el correcto funcionamiento, la seguridad y la cohesión interna de la organización. En ese sentido, la sanción tendrá por objetivo impedir un funcionamiento anómalo.” Es decir, una exaltación del control de los individuos, el conformismo y la anulación de la autonomía individual, eliminando toda discrepancia posible.
Los estatutos del CUAC no fueron precisamente trascendentes en la historia del movimiento anarquista chileno, mucho menos internacionalmente. Los hemos incluido en este resumen porque constituyen una buena muestra del autoritarismo al que tienden las organizaciones plataformistas. El CUAC fue una recreación en parodia de la experiencia de la OPB de Fontenis, no tan espectacular aunque no menos funesta.
Anarquismo partidario y especifismo
Paralelamente a la tendencia neo-plataformista, se desarrolló en América del Sur una tendencia denominada especifismo, que defiende postulados parecidos al plataformismo, aunque desde una fundamentación diferente y desde una genealogía diferente. Postula que los anarquistas deben agruparse en organizaciones de carácter ideológico específicamente anarquista y desde allí trabajar en los movimientos sociales. También se hace hincapié en la unidad teórica, la unidad táctica y el desarrollo de políticas desde la organización específica hacia los movimientos sociales en los que participan sus militantes. A este accionar lo denominan inserción social y –según Felipe Correia, teórico de la Federación Anarquista de Río de Janeiro – “está ligado, solamente, a la idea de retorno organizado de los anarquistas a la lucha de clases y a los movimientos sociales.” Si bien sus impulsores diferencian su práctica de inserción social del “entrismo” de los partidos de izquierda, su praxis termina siendo similar.
El especifismo o “anarquismo organizado”-como prefieren denominarse con los plataformistas, también un índice de desconsideración hacia otras formas organizativas anarquistas- es crítico al sintetismo de Volin-Faure, y podría considerarse una especie de plataformismo sin Plataforma. No debe confundirse el especifismo –que constituye una tendencia ideológica- con las organizaciones específicas anarquistas, que pueden pertenecer a las más variadas tendencias (insurreccionalismo, individualismo, comunismo, primitivismo, colectivismo, etc.) El sintetismo promueve organizaciones de carácter abiertamente anarquista, es decir, agrupaciones específicas, lo cual es muy diferente al especifismo. Esta forma organizativa sintetista acompañó siempre a las organizaciones no específicas, o sea, al movimiento anarcosindicalista, siendo la trabazón CNT-FAI la más célebre. Las organizaciones específicas constituyen federaciones locales heterogéneas que priorizan la unidad estratégica –es decir, los fines anarquistas- y la diversidad táctica, y se nuclean en la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA). En cambio, las organizaciones de tendencia especifista se agrupan internacionalmente junto con las organizaciones plataformistas y el sindicalismo “alternativo” pseudo-anarquista en la SIL, la internacional paralela reformista.
Hecha esta aclaración, el especifismo solo se diferencia del plataformismo por su origen histórico, alcanzando a las mismas conclusiones. Para evitar confusiones utilizaremos un término más adecuado a la práctica y la teoría del especifismo: anarquismo partidario. El paradigma organizativo de esta tendencia anarco partidaria es la Federación Anarquista Uruguaya, fundada en 1956.
La revolución cubana de 1959 significó un impacto inédito en el movimiento anarquista uruguayo, que luego de una profunda discusión interna en el seno de la F.A.U. –que era un acabado ejemplo de sintetismo donde convivían diversas tendencias libertarias- se llega finalmente a una escisión en 1963. La F.A.U. –como bien sostiene Daniel Barret – “inaugura un proceso de búsquedas de final abierto que la llevaría a una pérdida gradual de identidad anarquista en el sentido fuerte e intransigente del término” (El movimiento anarquista uruguayo en los tiempos de cólera; en http://www.alasbarricadas.org/noticias/?q=node/8156). Según este autor, la definición anarquista irá siendo cada vez más relativizada, incorporando contribuciones del marxismo, hasta llegar a hablarse de “Fau sin puntos”, es decir, una denominación que respondía a un “pasado anarquista” pero no a una “sigla anarquista”. Las características de esta mutación anarco-marxista de la FAU podrían resumirse en: una redefinición de la concepción de poder como un motor de cambio social, centralización organizativa, disciplina interna y política de alianzas con la “izquierda revolucionaria”.
Según relata Pablo Anzalone, ex-integrante de la FAU (actual integrante del P.V.P., que integra el Frente Amplio, hoy en el poder), “la organización ya no se definía como ‘anarquista’, se pensaba en la necesidad de una ‘síntesis’ entre marxismo y anarquismo. Se manejaba el pensamiento de exponentes de la corriente estructuralista del marxismo, como Poulantzas y Althusser, y luego de Gramsci. La organización tenía una propuesta teórica consistente en incorporar los elementos del marxismo revolucionario, manteniendo los valores ideológicos libertarios que venían del anarquismo pero con una clara distancia del anarcosindicalismo. Hay Cartas de FAU (una de las publicaciones de la organización en aquel tiempo) que hablan de la importancia del partido y discuten cómo sería el mismo. Era una organización que claramente jerarquizaba la política” (publicado en Brecha, 17 de Noviembre de 2006).
No profundizaremos sobre la historia de la FAU, ya que escapa a nuestros objetivos, aunque señalaremos que tras su reconstitución luego del retorno de la democracia, la FAU retomó gran parte su ideario anarquista, aunque despojado de los “aportes” marxistas. No obstante, es el arquetipo del anarquismo partidario o tendencia especifista que hoy prosiguen organizaciones brasileñas como la Federación Anarquista Gaúcha, la FARJ, la Federación Anarquista Cabocla, junto a otras organizaciones uruguayas y argentinas.
Conclusiones: entre el extravío teórico y el fraude ideológico
Es imposible hacer un análisis objetivo de un pensamiento con el que se está en desacuerdo prácticamente en todo. Sin embargo, hasta ahora hemos tratado de mantenernos dentro de los carriles de la objetividad, reservándonos hasta este último título para dar rienda suelta a la parcialidad de nuestras conclusiones y evaluaciones.
En primer lugar, todas las tendencias plataformistas y anarco-partidarias especifistas declaman una renovación teórica que, cuando no brilla por su ausencia, tan sólo se reduce a la incorporación acrítica de elementos ideológicos del marxismo-leninismo. La pobreza teórica de la Plataforma de Archinov es tal que sus análisis de el contexto político, económico y social de la Rusia de 1921 ni siquiera eran satisfactorios para los estándares de la época. Ningún estudioso con un conocimiento mínimo de la historia rusa o ucraniana tomaría en serio los análisis de Archinov, más deficientes aún que los de los propios bolcheviques.
Esto no sería un problema siquiera a considerar, si los autores de la Plataforma no hubieran dado validez universal a sus teorías. Y precisamente su fundamentación es fruto de “la experiencia en la revolución rusa”, que suponen les ha abierto de par en par las puertas del esclarecimiento teórico-ideológico. La Plataforma de Archinov está basada en una generalización de la interpretación de un acontecimiento histórico particular e irrepetible –la participación anarquista durante la revolución rusa-, residiendo allí gran parte de su anemia y caducidad. Además de ser subjetiva, como toda experiencia, y no dar prerrogativas de ninguna especie a quienes la vivenciaron, los autores de la Plataforma (Archinov, Makhno, Mett) fueron tan partícipes de la “experiencia rusa” como sus detractores (Volin, Fleshin, Berkman). Y no debe pensarse que los neo-plataformistas en la actualidad no repiten semejante sandez; sino que más bien se encargan de pregonarla a los cuatro vientos.
La sobre valoración de la experiencia propia no es en lo único en que los seguidores de la Plataforma van contra el sentido común. Existe una marcada contradicción entre la necesidad de una teoría definida y única, como guía de la acción, y un marcado anti-intelectualismo que suele ser esgrimido para denostar a los críticos de su proyecto. Las críticas a la Plataforma suelen ser calificadas como divagues teóricos, catecismo de intelectuales, ausencia de contacto con la realidad, aunque provengan de militantes comprometidos y teóricos brillantes como Malatesta, Volin o Berneri. Como acierta Bob Black, “el plataformismo es un triunfo de la ideología sobre la experiencia” (en ¿Wooden Shoes or Platform Shoes?).
La pretensión de invulnerabilidad teórica de la Plataforma es por completo inconsistente con su supuesto carácter provisorio. Este carácter transitorio que le dieron sus autores, en verdad nunca fue superado, sino a lo sumo plagiado por sus seguidores. Aquí se evidencia la incapacidad para producir teoría, la ineptitud para pergeñar análisis novedosos, la repetición de clichés y frases vacías de contenido. Ni el plataformismo ni el especifismo partidario no han hecho un solo aporte teórico de valor en los últimos 80 años, aunque nunca dejaron de reclamar al resto de los “desorientados” anarquistas la necesidad de implementar la unidad teórica.
No menos secundario es el rol que juegan las otras dos divisas del neo-plataformismo: la unidad táctica y la aspiración a la unidad organizativa. Si la unidad táctica era criticable en sus primeras formulaciones de 1926, es completamente ridículo perseverarla en un mundo mucho más complejo. No hay ninguna garantía de que la unidad táctica y la unidad organizativa puedan llevar a la victoria de una causa cualquiera. Y a esta verdad de Perogrullo los neo plataformistas la han sustituido por la hipotética obviedad de que la unidad táctica, teórica y organizativa, son el único y principal camino para lograr alcanzar lograr un cambio revolucionario. Si así fuera, los partidos leninistas, trotskistas, maoístas, estalinistas, que responden fielmente al paradigma de la unidad táctica y al unitarismo partidario, tendrían grandes facilidades para lograr sus objetivos, cuando la realidad indica lo contrario. Por el contrario, la pluralidad táctica y la autonomía organizativa siempre han sido el marco propicio para el desarrollo del accionar anarquista, frente a la rigidez organizativa de los partidos políticos (y de los plataformistas).
La supuesta eficacia de los modelos plataformistas y especifistas frente al caos organizativo que le atribuyen al anarquismo nunca se tradujo en los hechos, en ningún contexto histórico ni región geográfica. Y cuando organizaciones de estas corrientes obtuvieron cierta preponderancia dentro del movimiento o en la sociedad, los resultados fueron el talón de Aquiles de sus apologistas. Cuanto mayor es el éxito de la organización plataformista o anarquista partidaria especifista, más lejos se ubican del anarquismo, pareciera ser la función inversamente proporcional que describe su accionar, a tono con “la obsesión aritmética que les caracteriza”, en palabras del compañero cubano Gustavo Rodríguez . Basta recordar las experiencias “exitosas” de la OPB francesa, la FAU uruguaya y Auca en Argentina, teñidas de centralismo organizativo, electoralismo, leninismo, populismo, afinidad izquierdista y colaboracionismo con gobiernos populares, en diversas proporciones y contenidos. Y sin desdeñar la adopción del obsoleto materialismo dialéctico –doctrina oficial del PCUS concebida por Plekhanov, que refunde lo más execrable del pensamiento marxista- como componente superior de su método analítico.
Toda la jerga plataformista/especifista es un índice de su pobreza teórico-analítica: inserción social (desde fuera), disciplina, lucha de clases, responsabilidad colectiva, programa de acción, unidad táctica y teórica, anarquismo organizado, son conceptos que se contraponen a un par antagónico que representa a las otras tendencias anarquistas: desconexión social, falta de compromiso, indisciplina, anarco-liberalismo burgués, irresponsabilidad individual, desorientación táctica, desorganización, ineficacia, dispersión teórica y sectarismo. Esta visión maniqueísta que nunca se ha correspondido con la realidad, es el único sostén de esta corriente de pensamiento, si es que se la puede calificar de tal. Las mismas consignas son repetidas desde la primera redacción de Archinov hasta hoy en día, como verdades inmutables y ubicuas. Toda crítica a sus puntos de vista es condenada como expresión de una actitud no revolucionaria.
El plataformismo se convierte así en aquello que endosa falazmente al resto de los anarquistas: una iglesia dogmática de pretendida validez universal. Como bien señala Daniel Barret, el plataformismo se presenta como “renovador”, pero se justifica sobre un marco doctrinario basado en un escenario histórico que ya no existe:
“el grueso de los elementos detonantes de su reflexión no se sitúa a nivel de las demandas y exigencias reales de un cierto contexto social concreto y de su correspondiente historicidad sino que se articula básicamente con polémicas internas al movimiento anarquista; fundamentalmente como una impugnación o puesta en tela de juicio de su muy dudosa eficacia política en circunstancias históricas concretas. Ese tema, por supuesto, no es un invento de medianoche ni una circunstancia episódica y, como tal, debe prestársele la atención que se merece. En cambio, lo que no parece acertado es desligar las soluciones al dilema del contexto histórico en el cual éste se inscribe actualmente y, en su lugar, vincularlas a algunos principios abstractos extraídos de la evaluación crítica de una derrota revolucionaria ocurrida en Rusia y en 1921.”
Ninguna expresión plataformista o anarco-partidaria ha tenido una destacada influencia en los movimientos sociales con excepción de la FAU en el sindicalismo uruguayo. ¿Por qué esta contradicción entre la supuesta raíz social del plataformismo, su aparente contenido social, la tan cacareada inserción social y una realidad social que siempre se les muestra esquiva, evidenciada en su magra o nula participación en los movimientos sociales de cualquier tipo, particularmente dentro del movimiento obrero? La respuesta es que en la práctica los plataformistas no se diferencian en absoluto del resto de los partidos políticos por sus formas de acción, presentación y representación. Compiten en el mismo terreno. La inserción social plataformista no puede ser otra cosa que entrismo cuando quienes actúan dentro de los movimientos sociales autónomos responden a programas concebidos externamente.
“En ese contexto, la unidad táctica no puede ni podrá resolver jamás los variados y arrítmicos problemas que se plantean en la base de los movimientos sociales y deviene necesariamente, en lo que a la organización “específica” respecta, en una práctica regulada desde comités que pasan a constituirse en la administración cotidiana e institucionalizada de los acuerdos generales de trabajo político en el mismo momento en que sus militantes en el seno de esos movimientos tienen o deberían tener una vida de relaciones e intercambios abiertos y signada por una pluralidad, una diversidad y una singularidad intransferibles e innegociables que sólo pueden transcurrir libremente y expandirse en el vértigo caótico y sublime de las asambleas” (Daniel Barret).
¿Cómo conjugar la unidad táctica, la disciplina partidaria y la ejecución de un programa ideado por la organización político-revolucionaria, con los intereses de un colectivo social autónomo y con la autogestión? Si la unidad táctica y la disciplina colectiva no son aplicables fuera del marco de la organización ¿qué sentido tiene hablar entonces en estos términos?
Es aquí donde se evidencia el significado de la afirmación que el comunismo anárquico es una expresión teórica ideada por las masas. Siendo así, la organización anarquista plataformista –no los militantes anarquistas en particular- sería la legítima vanguardia de las masas, al igual que el partido bolchevique, diferenciándose de éstos por la aplicación de la democracia directa y por no propugnar la toma del poder. Pero en ambos casos actúan dentro de la clase trabajadora o el movimiento social como miembros de una organización y respondiendo a sus intereses. Esta ficción solo puede ser sostenida si hacemos aun lado la contradicción entre unas masas con supuestos instintos libertarios y la necesidad de una organización que actúe como dirigente, u orientadora en el mejor de los casos. Así, se erigen en el partido que expresa la voluntad de las masas, de la misma forma inconsulta en que los bolcheviques se refieren a la clase obrera.
Por supuesto, desde la óptica plataformista/especifista la inserción social estaría en la vereda opuesta del entrismo y el dirigismo hacia los movimientos sociales. Pero no se apartan de una concepción “política”, entendida como gestión mediadora y orientadora de las masas. En este aspecto, es donde el plataformismo evoluciona hacia una relación simbiótica con los partidos de la izquierda revolucionaria y con aparatos e instituciones del “poder popular”. Los apoyos críticos a políticas de izquierda y la tarea de construir un poder popular se constituyen en los ejes de aproximación con la izquierda autoritaria, a la que consideran como un aliado táctico.
A pesar de toda su retórica izquierdista, los plataformistas y especifistas han sido siempre poco serios con sus categorizaciones. Así, las masas son tomadas como sujeto revolucionario, mientras se habla de lucha de clases y materialismo dialéctico sin reparar en que una clase social es solo una parte de las masas. Los campesinos, los obreros, la clase media y los pequeño-burgueses según su punto de vista parecerían actuar siempre igual, defendiendo intereses comunes, en cualquier contexto histórico y geográfico. Y más sorprendente aún tratándose de anarquistas, el Estado como institución histórica casi no ha merecido ninguna consideración especial en sus análisis. En este sentido el plataformismo es más rudimentario aún que las expresiones más burdas del bolchevismo.
Hacia el interior de la organización plataformista, se supone que la democracia directa y el federalismo son los mecanismos horizontales por los cuales todos los miembros de la organización arriban al acuerdo político. Las decisiones de obtienen por mayoría, mientras la minoría acepta disciplinadamente la posición predominante o tiene la libertad de escindirse si considera que la posición mayoritaria lesiona sus derechos. El resultado es siempre la unidad táctica e ideológica en ambos casos, aunque se quebrante el principio de unidad organizativa. Es decir, si la minoría acata la voluntad mayoritaria, la unidad táctico-teórica se sostiene mediante la disciplina partidaria; si se escinde, existen dos organizaciones –una conformada por la mayoría y otra por la minoría- con unidad táctico-teórica. Es complicado imaginar cómo una posición minoritaria pueda ir ganando voluntades en una organización anarco-partidaria, si la minoría se ve obligada a obedecer o a escindirse.
Esta imposibilidad de debate interno se vería agravada en caso de instituir un Comité Ejecutivo -como proponía Archinov en el texto original de la Plataforma- que actúe como guía teórica de la organización. El comité guía a la organización, la organización guía a los movimientos sociales y sindicales, que a su vez guían a las masas. Así se construye el Poder Popular, bajo la orientación de la Organización Política Revolucionaria. Por suerte las masas no sienten esta urgencia de construir poder popular que le atribuyen los plataformistas. La exigencia de acordar programas de acción se debe más a una fobia plataformista a la espontaneidad y la incertidumbre, que a una verdadera necesidad de las masas.
Finalmente, argumentaremos un poco sobre el asunto de la traducción de Volin. Según sostienen el plataformista A. Skirda:
“La primera traducción realizada por Volin fue criticada como «mala y torpe», por no cuidar el traductor «adaptar la terminología y las frases al espíritu del movimiento francés.» (Le Libertaire, Nº 106, 15-4-1927). Buscamos a qué podían aplicarse dichos reproches y encontramos, en efecto, varios términos expresamente deformados: «napravlenie», que significa a la vez «dirección» y «orientación», fue sistemáticamente empleado en el primer sentido. Pasó igual con el nombre «rukovodstvo», que es la «conducta», y el verbo correspondiente «guiar, llevar, dirigir, administrar», que se tradujeron siempre por «dirigir». El caso más evidente está en la última frase de la Plataforma: «zastrelshchik», «el incitador», se tradujo como «vanguardia». Es así como con toques leves se pudo alterar el sentido profundo del texto. Resulta una molestia porque el traductor Volin fue luego un acérrimo detractor de la Plataforma.” (A. Skirda; Autonomie individuelle et force collective (les anarchistes et l’organisation de Proudhon à nos jours, 1987, p.246).
En primer lugar, debemos decir que Skirda es un ensayista plataformista, rematadamente tendencioso y exagerado, todo esto diluido con una buena dosis de ineptitud profesional como historiador. Y esta marcada ineptitud intelectual se manifiesta en la cita anterior, ya que considera malintencionado el hecho de que Volin haya traducido al francés ciertos vocablos rusos que presentan ambigüedad semántica, pero se le escapa que precisamente en esa indeterminación del vocablo reside el problema, no en una indemostrable y supuesta mala fe de Volin. Además, el propio Archinov pudo haber utilizado deliberadamente términos ambiguos, pero ¿cómo saberlo o probarlo? Skirda habla de sus conjeturas como si fueran una evidencia irrefutable.
Resulta fantástico que Skirda olvide que Volin era un eximio traductor, que fue precisamente Volin quien salvó los manuscritos originales de Archinov de la “Historia del Movimiento Machnovista” -obra que luego tradujo al francés- y que a pesar de su distanciamiento ideológico, Archinov nunca dudó de la capacidad ni la honestidad de Volin en este sentido.
En realidad todo este cuento de la traducción malintencionada tiene como objetivo justificar el rechazo de Malatesta, que basó sus críticas en la versión de Volin. Ahora bien, reducir el rechazo de la Plataforma por casi la totalidad del movimiento anarquista a un problema de traducción es inédito en la historia de las ideas. Semejante polémica recuerda los esfuerzos de los reformistas cristianos por una correcta traducción de la Biblia que reemplazara a la Vulgata latina. No ocurrió un caso similar en la historia con textos infinitamente más complejos –como los de Hegel o Marx- lo cual se muestra como una solución infantil frente a un rechazo tan argumentado como generalizado. A nadie se le ocurriría asegurar que la “herejía estalinista” se debe a la lectura de una errónea traducción de las obras de Marx y Engels. Pero tampoco una traducción correcta ha hecho de la Plataforma un documento inmune a las críticas, la cual pareciera ser la pretensión de Skirda. Todas las citas en que nos basamos quienes al presente impugnamos los puntos de vista plataformistas se fundaron en la traducción correcta que hicieron los propios plataformistas. La Plataforma naufraga en cualquiera de sus versiones; eso es lo que se desprende de su lectura.
Autor: Patrick Rossineri
Publicado en los números 45 al 49
del periódico anarquista Libertad! de Buenos Aires
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– La Plataforma, Camillo Berneri.1927
– Un plan de organización anarquista, Errico Malatesta.1927
– Organization and Party, Maria Isidine.1928
– Elementos viejos y nuevos en el anarquismo (respuesta a María Isidine), Piotr Archinov.1928
– Lo viejo y lo nuevo en el anarquismo (respuesta a Errico Malatesta), Piotr Arshinov.1928
– Sobre la Plataforma (respuesta a Malatesta), Néstor Makhno. 1928
– Respuesta a Makhno, Errico Malatesta.1929
– Sobre la responsabilidad colectiva, Errico Malatesta.1930
– Una Segunda Carta a Malatesta, Néstor Makhno. 1930
[1] Muchas de los pensamientos que se atribuyen a Bakunin han sido tomados de su correspondencia personal, equiparándolos a los textos políticos que fueron escritos con la intención de ser divulgados públicamente. Las citas fuera de contexto generan confusiones, debido a que están en conflicto con las ideas más generales de Bakunin, brillantemente expuestas por Cappelletti en Bakunin y el socialismo libertario. Caracas, 1986.