1.- Cuando los jóvenes proletarios de las poblaciones de la periferia metropolitana agachan la cabeza y se resignan a ser mano de obra barata, no llaman la atención del Poder. Se los maneja con la normativa laboral (cuando el trabajo es más o menos formal), y/o se los ve como objeto de ciertas políticas sociales que mezclan el control con la limosna.
Cuando se dedican a la delincuencia económica de poca monta para subsistir, y se hacen mecheros, rateros, microtraficantes o cualquier otra de esas variedades de la llamada “delincuencia común”, se les responde con policía, Código Penal y cárcel.
Cuando jóvenes que vienen de esos mismos sectores, estructuralmente marginados por el capitalismo de nuestro tiempo, adquieren cierta consciencia de clase, cuando se rebelan contra la explotación con armas en la mano, son siempre candidatos a ser tildados de “terroristas”. ¡Ellos! Cuando no han hecho sino reaccionar con la mayor dignidad humana posible frente a condiciones sistemáticas e históricamente acumuladas de violencia de clase propinada desde arriba por los verdaderos terroristas.
Pero dentro de todas las imágenes que obsesionan a los burgueses y sus súbditos fieles, la figura del joven anarquista y/o subversivo que se atreve a entrar con armas en la mano al templo del dinero, al territorio donde la humanidad rinde tributo al Dios Dinero, para expropiar a los expropiadores huyendo así de la imposición del trabajo asalariado, la jauría de ciudadanos llega a quedar afónica gritando: ¡maleantes!, ¡antisociales!, ¡mátenlos a todos!, ¡púdranlos en la cárcel!
Claro, cuando uno de los principales maleantes antisociales del país, el actual Presidente Piraña, robaba bancos, tenía la posibilidad ofrecida por su pertenencia de clase de robarlos por dentro (¿se acuerdan del Banco de Talca?).
Cuando sus maleantes a sueldo reclutados en la policía, el ejército o las empresas privadas de seguridad (tremendo negocio liderado por varios ex-agentes de seguridad del Estado), matan a balazos a los jóvenes proletarios no hay allí para ellos violencia alguna, sin un acto de justicia y profesionalismo.
Así de claras son las cosas en nuestro tiempo, y por eso es que no se equivocan para nada quienes abiertamente proclaman que estamos en medio de una abierta e implacable guerra social.
2.- Los periodistas-policías, en la alianza tan profunda que han hecho entre emol/La tercera/etc. con la ANI y la DIPOLCAR, están en una abierta campaña por revalidar todas las tesis que habían sido derrotadas en su propio terreno (legal/judicial) con ocasión del llamado “Caso Bombas”.
A partir de ahora, cada vez que la represión se deje caer sobre compañer@s, se dirá que “fueron investigados en el marco del Caso Bombas” (lo cual no es muy difícil considerando la cantidad y variedad de pesonas y ambientes que fueron investigados en el marco de todos esos años de actividad fiscal/policíaca), y/o que “tienen vínculos con grupos antisistémicos” (como si no hubiera a su vez “vínculos” políticos y sociales entre empresarios, represores, periodistas y miembros de la clase política).
Son tiempos violentos, que no se acabarán tomándonos de las manos en un mítin pacífico, sino que aplicando más y mejor violencia contra el enemigo por donde más le duela. Como decían alguien hace medio siglo: debemos iluminar el sector de lo que merece ser destruido . Y esa destrucción debe apuntar precisamente al corazón de la explotación y de la dominación en todas sus formas.
3.- No te conocí mucho, Sebastián. Pero sí lo suficiente para que tu partida deje en mí una amarga y triste sensación, que me conduce al recuerdo de los distintos momentos en que pude verte vivir y luchar: Megáfono en la boca. Equis en las manos. Ritmo y palabra fluyendo para hacer más fuerte nuestra posición en el conflicto contra el Viejo Mundo. Con un corazón sensible y fuerte cuyos latidos sigo oyendo en este preciso momento.
Te mató un mercenario, un peón a sueldo, que obviamente es presentado como héroe por los periodistas/policías que se dedican a profundizar el atontamiento masivo sin el cual esta civilización de mierda no funcionaría ni un minuto más. Desclasados como ése, que matan y mueren por defender al sucio símbolo que este mundo absurdo nos obliga a necesitar hasta para poder desplazarnos por la ciudad y respirar, el dinero, no son más que trozos de mierda humana flotando en el mar de la dominación estatal y capitalista.
Serán barridos junto con todo lo que defienden, y recién en ese momento podremos decir: ¡hemos vengado a nuestro hermano, y a todos nuestros antecesores que dieron la vida en la lucha por la liberación total!