Hay momentos en los que llega el sol, atraviesa los barrotes, se filtra por el cristal, atraviesa la botella que tienes sobre la mesa, se alarga a ratos sobre la mesa, te calienta un poco la oreja.
Hay momentos en los que, de noche, miras al techo, escuchas el silencio, oyes el ruido del vacío del pasillo, escuchas el silbido de una puerta cerrada.
Hay momentos en los que te sientas a fumar un cigarrillo en el patio y miras al cielo y piensas que si creyeras en dios, le agradecerías por poder disfrutar de tanta belleza también desde aquí.
Hay momentos en los que caminas por los pasillos y piensas que no te saldrán más de los pulmones.
Hay momentos, tantos momentos, en los que tu cuerpo se detiene y tu mente se imagina que destruye todo aquello que te pasa por las manos.
Hay momentos en los que pagarías oro por una buena cerveza fría.
Hay momentos en los que te llega, no sabes bien de dónde, un olor a tierra, a hojas, a otoño y te acuerdas.
Hay momentos en los que el sol del cielo de otoño te hace volver a pensar en las montañas y en el aliento de tus perros.
Hay momentos en los que, finalmente, todas las palabras vacías desaparecen, todas las máscaras se caen.
Hay momentos en los que se caen todas las de los demás sin que ellos lo sepan.
Hay momentos en los que te das cuenta de que este lugar te ha cambiado y otros en los que piensas que serás siempre la misma; y te descubres y te redescubres.
Hay momentos en los que reconoces la hora del día en la que el ruido se escucha en los pasillos y te das cuenta de que se está haciendo normal.
Hay momentos en los que, de noche, te despiertas de un salto porque una luz te espía el sueño.
Hay momentos en los que ves a una madre llorando porque no puede puede hacer la cosa más natural en este mundo: estar con sus hijos.
Hay momentos en los que lloras por el llanto de esa madre, por los abrazos negados, por las relaciones mutiladas, porque piensas que nunca pagará nadie por tanto dolor.
Hay momentos en los que piensas que podrías mirar durante horas la cara de las compañeras que están contigo, porque sabes que si nunca has sentido miedo de este infierno es solo por esos ojos.
Hay momentos en los que piensas en el dolor de quien viene a visitarte, en sus caras que, cada vez que se van, consternadxs, dicen: “la estamos dejando aquí”.
Hay momentos en los que la sangre se hiela al pensar en la libertad, porque piensas que no podrás sacar contigo a tus compañeras.
Hay momentos, tantos momentos, en los que una risa rompe como un trueno, como una cascada desde un acantilado y cae fresca sobre la piel, sobre la cara, en la cabeza.
Hay momentos en los que ves volver la sonrisa a la cara de una compañera y piensas que no quieres nada más del día.
Hay momentos en los que te llega la voz de alguien que ha salido o se ha fugado y los barrotes se agrietan y la sonrisa es burlona.
Hay momentos, tantos, constantes, repetidos, en los que piensas en un montón de escombros, en llaves rotas, en uniformes quemados y sientes la frescura de los pies descalzos sobre la hierba y la respiración es profunda.
Para escribir a Giulia
Giulia Marziale
CC Rebibbia Femminile
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Italia