Durante mi viaje a Chile en octubre de 2006, tuve laoportunidad de visitar las minas salitreras y la Escuela Santa María. Quedé impactado al conocer la historia de este horrible crimen, la peor matanza en la historia de los trabajadores de la cual tengo conocimiento.
Noam Chomsky(1)
Escribo y publico esta historia porque en mi conciencia, y no solo en la mía sino que en cada vez mas seres humanos, se anida un sentimiento que me impulsa a recordar. Siento que a través de la narración constante de nuestra historia, lograremos alguna vez como sociedad, poder encontrar la dignidad para toda la gente que la habita.
Es por esto, que como al fin somos muchos que sentimos que el futuro es el presente, que miramos hacia atrás y empezamos a reconstruir la historia carcomida por el poder, y nos negamos a aceptar la historia oficial por interesada y poco seria, por manipulable y antojadiza al poder de turno. Avanzamos en conocer la historia no contada, la que queda solo en la memoria colectiva a través de la vida de quienes tejen ese tiempo. El recuerdo de la matanza de la Escuela de Santa María de Iquique, es el triunfo de aquellos que no hicieron caso como ovejas lo que se decía, y firmes en sus conocimientos, no en la certeza, posibilitan que hoy, como nunca, la historia sea narrada. Nos brindan una nueva oportunidad de comprender las raíces de nuestro presente. Cien años después, en el mismo país, las mismas injusticias, las mismas desigualdades. La misma clase política-militar.
Desde largo tiempo que conozco una historia a raíz de estos hechos, que llamó mi atención e impacto particularmente. Es la historia de Antonio Ramon Ramon, un anarquista español, al parecer de origen Andaluz, que habitaba de pequeño en Chile. Se cuenta que tenia un medio hermano, con el cual compartieron trabajo en las salitreras. Su medio hermano, al parecer de nombre Mauricio Vaca, fue muerto cruelmente junto con los 3600 obreros al interior de la escuela de Iquique, por balas del ejército chileno ante la negativa de los obreros a deponer la huelga.
El general que impartió la orden de disparar, y a cargo de la masacre, quiso ocultar la barbarie, como siempre, reportando en su parte oficial que en el fragor de la lucha (la de él contra miles de obreros desarmados y demandando que les pagaran en dinero su salario, y no con fichas cambiables en pulperias de la misma minera) cayeron 141 obreros muertos. Una vileza simplemente, ya que todos los relatos registran el drama y la imagen dantesca de las puertas y ventanas de la escuela abarrotadas de cadáveres, de carros y carros de cuerpos rumbo al desierto, de las persecuciones de la caballería a los obreros en huida. Hasta el día de hoy se exhuman los cuerpos de fosas comunes en la zona de Tarapacá, por la tragedia de la escuela Santa Maria, miles de cuerpos de esa época. De hecho, Michelle Bachelet, quiere destinar fondos a la identificación de los cuerpos, tarea al menos poco plausible. La terrible anécdota de esto, es que también se exhuman en la misma zona de Tarapacá, hoy en día, cientos de cuerpos de hace más de hace 30 años atrás, la misma causa los une a ambos grupos, represión militar a sueños obreros.
El general, macabro y triste personaje, se llamaba Silva Renard. Este general, en su propia descripción de la matanza, señalaba como los casi, según sus cálculos, 9000 obreros alojados en la escuela enarbolaban banderas “de distintos tipos” y “de varias nacionalidades”. Lo cual, como recoge la historia hoy en día, se traduce como la unión de obreros peruanos, bolivianos, argentinos y chilenos. Los cuales proclamaban consignas, que en el relato del general en su parte oficial son así narradas: “de guerra al capital y al orden social establecido”.(4) 25 años antes de esa fecha, los padres de esos mismos obreros, se habían matado por el capital ingles, chileno y alemán en la Guerra del Pacifico. Sus hijos se unían en una lucha fraterna transnacional, que incluso hacia peligrar las fronteras de esos 4 países. Esta vez no por la ambición, sino por la solidaridad. Pasaron los años y comprendieron que la maldición del capital, es que siempre se debe morir y dejar de existir en vida, por el beneficio de otros.
Antonio tardó 7 años en tener su encuentro con el general Silva Renard, años en que imaginó una y otra vez el poder cobrar venganza por la muerte de su hermano y toda la gente asesinada en la pampa salitrera. Resulta novelesco imaginar la vida que habrá llevado Antonio en el Chile de esa época, de sus marchas “a pie a la Argentina” como rescatan las crónicas. O de su habitación de residencia en Santiago, que es registrada y allanada por la policía, encontrandose en ella exiguas pertenencias. O su vida solitaria, su vida libremente entregada a un destino elegido, cobrar venganza. Sin duda que es un reflejo de las enmarañadas vidas de principios de siglos, barbaries militares, trabajos abusivos, honor, venganza, ideales obreros, conversaciones revolucionarias, fraternidad, solidaridad…
…Y en pleno centro de Santiago, el 14 de diciembre de 1914, asesto sobre Silva Renard cinco puñaladas, una de ellas obligo al general llevar un parche en el ojo hasta su muerte en 1920. Si, hasta 1920, porque Antonio no pudo acabar con la vida del macabro general. Se cuenta que ante los gritos del general, al verse enfrentado a un obrero con un puñal en mano, y no a una masa de obreros indefensos como tanto le gustaba, el noble Antonio se apiadó y se echó a huir por las calles de Santiago, donde prontamente fue apresado por la policía. Al detenerlo, comprobaron su frustrado intento de suicidio con un veneno que no resulto ser tal cosa. La paliza de los ayudantes del general no se hizo esperar, sablazos incluidos, razón por la cual en la imagen aparece con una venda en la cabeza. Vida de frustraciones y constancia la de Antonio…
El artículo de prensa que relata estos sucesos por parte del Mercurio, lo pueden ver en los links que cito mas abajo (2) y (3). Aquí solo publico la entrevista en la celda que hace el periodista a Antonio. Su historia llegaba a su fin.. :
En una pieza de la guardia de la Fábrica de Cartuchos y sentado en el suelo, con las manos atadas por la espalda y las piernas aprisionadas por grillos, el hechor Ramón observa con actitud tranquila y resignada cuanto ocurre a su alrededor. En su cara, medio bronceada por el sol y la intemperie, se destacan sus ojos claros, pequeños y escrutadores (…):
– ¿Cuánto tiempo residías en Santiago?
– Más o menos tres meses. Anteriormente estuve en Valparaíso, trabajando en la Casa Molfino, y al presente estaba ocupado en ésta, en las obras del alcantarillado en los Arsenales de Guerra.
– ¿Tienes algunos amigos que te hayan aconsejado?
– Absolutamente ninguno. Procedí por mi cuenta. Un hermano mío murió en los sucesos de la Plaza Santa María en Iquique (sic) y ustedes comprenderán…
– ¿Y el veneno?
– Lo adquirí en la República Argentina, en mi último viaje que efectué en parte a pie, pero veo que me han engañado. La daga también la adquirí en la Argentina, y la he conservado siempre como arma de defensa, pero nunca la he empleado contra mis semejantes(2).
Sobre las demandas de los obreros, información en Wikipedia.
Sobre una breve biografía de Antonio Ramón Ramón, hay un artículo en Wikipedia que está basado en una separata de la revista chilena Acción Directa nº5.
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