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Pasaron 17 días desde que al menos 100 reos de la Cárcel de Alta Seguridad (CAS) comenzaran una huelga de hambre para exigir reivindicaciones de distinto tipo que les afectan diariamente en sus vidas de encierro. Hoy sus familiares y amigos que desde la calle los apoyan, están más tranquilos pues temían que los reclusos se vieran más afectados de salud o que sufrieran represalias.
En la cárcel de Alta Seguridad (CAS) los denominados presos sociales y algunos presos políticos también decidieron enfrentar esta situación con una huelga de hambre que les permitiera mejorar algunas de las condiciones inhumanas y distintos conflictos que sostienen al interior del recinto penal. Reclaman que esta cárcel los mantiene invisibilizados ante la sociedad, tanto por las características de la cárcel como por la prensa nacional. (EXTRAÍDO DE EL CIUDADANO)
TRATOS ABUSIVOS
Por otra parte, el ex presidiario, afirma que existen diversas situaciones que afectan física y sicológicamente a los reos. Por ejemplo, el trato indigno que reciben sus familiares al momento de las visitas. “Los gendarmes les dan a los familiares un trato abusivo, indigno y prepotente. De hecho, asegura, las mujeres siguen siendo tocadas de manera grosera antes de ingresar al recinto aunque tienen los elementos tecnológicos para evitar esta situación”.
En efecto, el CAS cuenta con paletas que se pueden pasar sobre el cuerpo de la visita para detectar metales. También dentro de este recinto carcelario existen sillas especiales y altamente tecnologizadas, lo que permite a gendarmería revisar a las visitas sin siquiera tocarlos, a través de dispositivos que se encuentran conectados a las sillas y que al momento de sentarse en ellas el dispositivo entrega toda la información directamente a pantallas desde donde los gendarmes pueden ver con claridad elementos prohibidos.
FAVORITISMO DENTRO DEL CAS
Para el resto de la población penal todo esto está limitado al máximo, por lo que algunos de los reos, con el objeto de mantener alguna actividad se convierten en lo que en vocabulario “canero” denominan “mocito”. Son hombres que trabajan, generalmente, bajo las órdenes de un preso que tiene un prontuario mucho más contundente que el resto, convirtiéndose en una especie de autoridad frente a un grupo importante de los reclusos. En este caso, los mocitos del CAS se convierten en sirvientes de los gendarmes y realizan tareas tales como hacer el aseo en zonas especificadas, pasillos, por ejemplo. Así como tampoco pueden acceder a estudios superiores, por lo que las posibilidades de reinserción verdaderamente son nulas.
Más grave aún se torna la vida y convivencia en el módulo de “Máxima Seguridad” que tiene capacidad para 160 personas y en la actualidad se encuentran privados de libertad entre 140 a 160 hombres ahí. Los reclusos se encuentran en sus celdas 22 horas diarias, contando sólo con 2 horas para salir a un espacio reducido (9 por 7 m aproximadamente) donde se encuentran 30 personas cada vez.
La diferencia fundamental que existe entre el CAS y otras cárceles del país, es que en el CAS prácticamente no existen hacinados, sin embargo, las celdas son igualmente pequeñas. Pero uno de los hechos más significativos y que afecta la salud de los internos es el horario de encierro, a las 16:30 horas, hasta el próximo día. La rutina se convierte en una gran enemiga. Los reclusos salen al patio dos horas diarias divididas en una hora en la mañana y una hora por la tarde. El espacio que comparten todos, es pequeño y no tienen nada que hacer y “la convivencia se torna complicada, se arman discusiones y cahuines, afirma Osorio, pero no llegan a riñas internas, como es el caso de la Penitenciaría, donde los reos llegan incluso a agredirse gravemente disputándose una baldosa”.
INTENTOS DE SUICIDIO AL INTERIOR DEL PENAL
Otro de los temas que complica a la población penal es que no existe una separación de reos que son portadores del VIH (SIDA), por lo que comparten a diario con el resto de la población común, en el pabellón sur, donde la infraestructura no es la adecuada para la atención que los que se encuentran enfermos necesitan y merecen. El riesgo de contagio es una bomba de tiempo y que la enfermedad se agudice es inminente.
VISITAS RESTRINGIDAS AL MÁXIMO
“Viví situaciones que son realmente vejatorias, donde derechos tan básicos no son respetados. Por ejemplo, dice Osorio, yo soy vegetariano y no existe posibilidad que se respete esta condición, por lo que pasaban días en que yo no podía comer porque a la comida, que además de mala, llevaba carne. Reclamé por esto y la dieta me la negaron”.
Por otra parte, las visitas que pueden recibir son reducidas a la familia directa, padre, madre, hermanos, hijos y sus mujeres. Es imposible que amigos les puedan visitar, por lo que la sensación de aislamiento es mayor que en otros recintos penitenciarios.
LA HUELGA CON MAYOR CONCIENCIA
Según Osorio, el hostigamiento que han sufrido sus ex compañeros de cárcel, se agudizó después del incendio de la cárcel de San Miguel.
Los convictos han ido comprendiendo que, independiente de las razones por las cuales fueron condenados, aún mantienen algunos derechos que son básicos, como a recibir un trato digno y a mejorar aspectos que dentro del encierro afectan de manera considerable la parte sicológica del que se encuentra privado de libertad. La familiar de uno de los reos que se encontraba ayunando y que prefiere mantener su nombre en anonimato, afirma que “nuestros familiares recluidos realizaron un llamado al cura Baeza para que interviniera en esta triste situación, pero no recibieron respuesta alguna, es por eso que pensaban en continuar con la huelga de hambre seca”.
Osorio, por su parte, señala: “En el CAS, las huelgas son constantes, siempre hay reos que comienzan con una huelga de estas características para presionar ya sea para que revisen sus casos, para que los dejen ver a sus esposas, para obtener más tiempo de visitas o por cualquier otra situación que les afecta de manera directa. Lo que pasa es que a la prensa no le interesa este tema por lo que los compañeros se sienten confinados en el silencio. Este centro penitenciario es un verdadero cementerio con muertos que caminan cada ciertas horas”.
Es necesario señalar que los presos comunes, o sociales como se denominan, son personas que ven la huelga de hambre de una manera muy distinta a los presos políticos. Los presos sociales son mucho más impetuosos, radicales y hasta más viscerales. Quizá por el mismo hecho que la sociedad y las autoridades los clasifican como “lacra social”. Por lo que se revelan de una manera distinta y, para ellos, el tema pasa por resolver rápidamente las demandas o ir hasta las últimas consecuencias, sin prepararse para una actividad como ésta con anterioridad. Es decir, no se alimentan de manera adecuada para iniciar la huelga, no están fortalecidos ni física ni sicológicamente para enfrentar los días de hambre, por lo que el desgaste es mayor poniendo la salud e incluso sus vidas en riesgo.
Si bien los internos no lograron todo lo que demandaban, están un poco más tranquilos y contentos con lo que alcanzaron, principalmente, se alegran porque al menos pudieron visibilizar su existencia ante la sociedad, en cierto modo, durante poco más de dos semanas de huelga rompieron con el silencio y el encierro.