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Parecía tener la cabeza perdida en otro lugar, sus ojos pegados sin pestañar a la pantalla, su mano izquierda adherida al control. En la pantalla pasaban seres jugando morbosamente con su cuerpo, colocando caras ardosas y eróticas. Apretó el botón y un cambio radical en los colores de la pantalla lo hicieron parpadear, ahora aparecían mujeres con sus hijos en brazos, y con caras de pena y dolor, los niños sucios y distantes de la realidad, la única palabra coherente que pronunciaban la mayoría de las mujeres fue “el Gobierno”. Apretó de nuevo el botón, causando un cambio parecido al anterior, y luego otro y otro. Finalmente, cansado, aburrido y victorioso tras su batalla con su ser interior, apagó el televisor, tomó su postura original, en cuatro patas, y siguió al rebaño que ya se perdía en la colina, siguiendo al pastor.
Fernando